martes, 21 de julio de 2015

Gastronauta 44: Algo con José

Cuando estaba pequeña no terminó de gustarme jugar “el escondido” porque me aterraba que no me encontraran. Y si lo hubiese jugado con José Alejandro podrían haber hallado mis huesos debajo de la cama, porque el muy coño antes de que le hicieran trampa, abandonaba la búsqueda y se iba de cita con la mandolina al cuarto, en casa de su abuelita Josefina, en Coche.
Mientras él manoseaba toda cuerda, yo le hubiese pisado la cola a uno de sus cinco perros y me habría caído en la carrera al tropezar con el caparazón de sus morrocoyes. Los loritos y sus pericos se hubiesen burlado. No sé cómo fui a ser tu amiga, chico.
Eso sí, nos sentaríamos a amasar la tierra en su patio y el mío. Yo tendría cinco y él ya contaría diez.
Su primer instrumento, suyo suyo, fue un cuatro. Tenía ocho y toda la intención de aprender por cuenta propia. Y así empezó... Luego, durante dos años recibió clases de música con el Maestro Luis Escalante en la vereda 61 de Coche. Cumpliría once, y desde entonces su ejecución no visitaría academia alguna.

Yo lo puedo ver, de blue jean mochito, brincapozos, de esos que descubrían las medias de paño y unos zapatos viejos, lo veo con la mirada perdida y en la mano un palito que arrastra por todo el camino haciendo sonar rejas, paredes, cortando el viento. Yendo y viniendo entre el asfalto y el cemento, confiando en el cielo verde, enamorando el futuro.

El segundo de cuatro varones: Chicho, José, Jesús y Nacho, compone un quinteto junto a su padre, al que llamaron La Caminería. Todos cantan. Todos hacen sonar algún instrumento. De su boca y de sus manos: golpes larenses, merengues caraqueños, joropo oriental, valses, gaitas zulianas, aguinaldos y parrandas, la música tradicional venezolana.
El padre, el señor José María es jubilado de la administración pública y es chofer de autobús de la línea San Luis – Turmerito. La madre, la señora Marinela Coromoto Paiva, fue auxiliar docente, matatigres, organiza la pea, baila y disfruta la parranda.


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Séptimo día, está tendido en la cama de cara al cielo de su cuarto. Silvana se sube sobre sus piernas. “Papi, avión”. Planea y la aterriza. Con ello, las alas de su lengua rozan las nubes de su paladar de antier: el cruzado de la abuela Josefina. Pollo y res. A José le gusta desmenuzar en el caldo los bollitos de maíz. Coge un pedacito y lo pone en la ventana, para los pajaritos.

En la mitología Delgado, la canción Arroz con fríjol es en verdad de José María. Su padre la cantó tanto más que Gualberto:
Arroz con frijol, pellejo e' cochino,
me guarda mi vieja todos los domingos
y yo muy alegre mi canto le brindo.
Qué me gusta a mí, ella bien lo sabe:
el dulce e' lechosa, también el casabe,
guárdame un poquito antes que se acabe.

Marinela intenta hacérselo igualito. Pero el sancocho de su vieja se fue con ella el nueve de octubre de dos mil uno, también sus batas de naftalina y talco. El polvo con olor de la abuela era un cuenco con una mota de tela de peluche. Al salir de la ducha, y después de secarse, algunas partes de su cuerpo permanecían húmedas, y cuando ella moteaba sus carnes, el talco se le hacía pasta. José disfrutaba seguir el caminito blanco y barrer con el índice las diminutas perlas.
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A José no le gustaba que le pellizcaran ni a él, ni a Chicho, su hermano mayor. A éste último le costaba mucho aprender a leer, así que José le ayudaba con las tareas, a cambio del vaso de leche en el desayuno. Pero, la leche sola es muy simple. A José le gusta con vainilla. El toque justo de sabor y tinte.
Dicen que a su piel le afana visitar los mares y hacer de puerto a galeras de fuego. Su primer ancla es una púber de once años, a la que llamó Malena. Aprende guitarra, canta y está por finalizar la primaria. La segunda no llega a los dos años, y le gusta volar al viento de su voz, Silvana.
Su maestro de teatro Eduardo Gil le enseñó una canción sefardí, que José canta a sus hijas, La Galana:

Ya salió de la mar la galana
con un vestido
al y blanco
Ya salió de la mar.

José María y Marinela tienen cinco nietos, tres hembras y dos varones: las dos de José, una de Chicho, y un par de varones de los dos hermanos menores.

Ya salió de la mar la galana
con un vestido
al y blanco
Ya salió de la mar.
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Gualberto, Lilia, Cecilia, Alí, Otilio, Luis Mariano, Manzanero, Sadel, Felipe Pirela, Gardel, pero sobre todo su padre llenó los oídos de José Alejandro Delgado Paiva desde antes de nacer.

Al adolescente lo subieron y lo bajaron de las camioneticas que lo llevaban del Fe y Alegría de La Rinconada al Centro Comercial de Coche, Frankie Ruiz, el Grupo Niche, Eddy Santiago, y el Merengue de la Coco Band, Los Rosario, y Wilfrido Vargas. Sus primeros amores se escribieron detrás de los asientos de las busetas. El incipiente bigote que lo recibía como hombre, su cuerpo de cristo y su voz queriendo ser la de hoy, ejercitaba los gallos para amanecer detrás del cuatro frente a un micrófono, sonriendo cada letra, y llorándola cuando ha tenido que repetirla sin quererlo.

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Hoy, después de tres años sin grabar un disco, vuelve con Algo. Y lo antecede Cuando todo vuelva al centro. Pero ¿cómo puede un tirapiedras coquetearle al centro? ¿Es el centro de la roca? ¿De la resortera? Respondón como es, me gira un trabalenguas: “No me he hecho de un centro, lo estoy buscando y a veces puedo medio presentirlo, generalmente cuando me olvido de que lo estoy buscando... Es el centro espiritual, la fortaleza, es el Aleph, el inicio del espiral de la vida, donde todo está comprimido y nada se escapa”.
Está sentado en el banquito de madera, frente a los libros. He guardado una tacita de peltre como le gusta, para que se embuche un traguito de cucuy. Lo toma puro, sin adornos. Después de doblar el codo y saludar a nuestros ancestros, lo veo en blanco y negro, una “herida en flor”.
Para algunos poetas, el dolor es no saber vivir el presente, resintiendo el pasado, esperanzados por el futuro. Algo, puede volcarse sobre nuestra humanidad, como un armario de mierdas y mierditas, un cajón de madera voluble que nos obligue a terminar de morir, para volver a nacer.

“Dolerá como duelen las tristes criaturas de Dios”.

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