“En una favela conviven (sobreviven)
un policía, un inocente y un criminal”.
Atardecía, casi era de noche cuando
Ana llegó de uno de sus tres trabajos.
Había
construido con sus propias manos lo que hoy es el estacionamiento y
la primera de las cuatro plantas de su casa, en la calle Br 116, de
Intercap en Taboão, Sao Paulo, Brasil.
Cocinera, bahiana, de palmas gruesas
como grueso es su pecho-cobijo, a sus hijos los puede contar con los
dedos de una mano: Jussara, Ana Paula, Luzia, Alexandre... Cuando
llegó a Sao Paulo, fue esclavizada. “Pero el padre de mis hermanos
la ayudó a salir de aquello”. A ellos los parió uno detrás de
otro. Para traerlo a él, esperó diez años. “Hace apenas cuatro,
mi madre terminó el cuarto piso de nuestra casa”, recuerda
Jefferson Ricardo, “Rico”.
Vuelve a vivir aquel día en que su
madre apenas abrió la puerta, se encontró con el llanto de
Alexandre, acusado injustamente por el policía vecino de haber
cometido algún crimen. Ana constató la falacia y empujó su
humanidad a la casa de su prójimo. Tocó la puerta. El todavía
uniformado salió. Ella le explicó que sus acusaciones eran
infundadas, lo que no le gustó al policía. Envalentonado quiso
faltarle el respeto. Pero, Ana con la misma lo derribó y llegó a
fracturarle el hombro, después de propinarle la pela de su vida.
“Ésa es mi mamá... también mi papá”.
Su padre murió cuando tenía un poco
más de un año de vida, “por problemas con las drogas”.
Cuenta que en una metrópolis como Sau
Paulo “es normal” que los niños se tropiecen con cuerpos muertos
por la violencia, en las esquinas, al salir de las escuelas. Cuando
llegan a la adolescencia pueden optar entre dos caminos: o seguir
estudiando, o te hacerse criminal. De adulto, la violencia se ejerce
desde un trabajo mal remunerado. “Somos violentados como
esclavos... menguan nuestra existencia”.
Del color del papelón, su piel no le
ayudó. Tampoco su origen, pobrísimo. Menos su identidad, ser
homosexual. “Ser gay es un peligro”, siendo que la homofobia en
Brasil mata a uno cada 28 horas.
Su familia lo sospechaba. “Mi hermana
mayor es lesbiana, y algunos rasgos decían lo propio de mí”.
A los doce supo que le gustaban otros
“garotinhos”. Pero fue a los quince cuando vivió el amor: sudaba
nomás al escucharlo, se aceleraba su pecho cuando lo sabía, lo olía
a kilómetros, podía cerrar sus ojos y verlo venir. Se enamoró de
Daniel, su mejor amigo.
Su Sancho era todo lo que él no:
blanco, adinerado, y heterosexual.
No supo declarársele. “No quería
perderlo” y prefirió callar. Hasta que un día, seis años
después, lo invitó a conversar. Para entonces, Rico estudiaba cine
en la Universidad.
Daniel confesó que también lo amaba,
“pero de otra forma”. Casi hubiese querido que lo rechazara.
“Por ahí me escribe un mensajito de
vez en cuando”. Lo despierta una madrugada y él lo sabe
confundido. Pero ya no cabe en el Planeta Dalasam.
En silencio, y durante su adolescencia,
Rico sólo podía confesarse escribiendo rap.
Não posso esperar mais 10, 15 anos
pra dizer como eu amo.
¡Como é invisível esse elo!
¡E que amar sempre é um
privilégio!
...
Senti na barriga:
é um inverno, um embalo
que me levou à força.
E eu me vi fraco.
Tomado de um medo indomado,
atuei, frio, em cenas tão longas...
Conheci a dor, que ela volta como as
ondas.
E, sempre que houver uma razão, ela
aponta.
Se tu deixar, ela apronta.
El origen del rap responde al grito de
las comunidades negras y latinas en el Nueva York de los setenta del
siglo pasado, en contra del sistema que los barría y los barre, como
a la basura en las calles. Su lenguaje antisistema fue absorbido por
el pop e invisibilizado por la Industria Cultural las décadas
siguientes. Ya “es hora de volver a la raíz”, recalca Rico. “De
recuperar su carácter antipoder”.
Que lo haga un homosexual:
Boy, vim para ser seu man
...
Uma dica:
Aceite-C
Que ainda dá tempo de ser quem se é
Tempo de ser quem se quer
Deixa quem quiser falar.
Caetano Veloso lo conoció a través
del internet. Y cuando estrechó su mano lo dijo. Le pareció “irado
y muito bom” (1). Gilberto Gil compartió en un trino una
entrevista que le hicieran al paulista: "Rico Dalasam, o rapper
gay brasileiro que quebra tabus rimando" (2). Daniela Mercury se
supo feliz, porque Rico “não sou um jovem escravo e a mercê da
massa” (3).
Para Rico, un rapero machista equivoca
su género musical, porque su posición contraviene los orígenes del
rap. “Mi música es para todos. Y si la rechazan es por una
cuestión de homofobia”.
Aunque no lo han censurado en eventos,
él sabe que algunos organizadores no están de acuerdo con su
presencia, pero ellos se lucran con su show y Rico se aprovecha de
ello para uno: “hacer dinero”, y dos: “llevar el mensaje”. La
plata le es materialmente necesaria si pretende -como lo expone-
independencia y la posibilidad de ayudar a otros a emerger.
Directamente le pregunté si se
aprovecha de su identidad sexual para lograr reconocimiento. Y
directamente me respondió. “Es lo que soy. No puedo hablar desde
algo que no soy”. Quiere ser reconocido “por sus composiciones,
no por su identidad sexual”. Porque si al final la música no es
buena, la efervescencia y la novedad se desgastan.
“El show sin militancia no se
sostiene”. El rap es una forma de hacer política, pero no es la
única.
Rico hace
parte del Colectivo Revolta da lampada (4), “una
revuelta por la libertad de todo el cuerpo”, movimiento creado
después de un crimen contra personas sexo-género-diversas en 2010.
Se reconoce y le vota a la izquierda.
Antes lo hizo por Lula, ahora por Dilma. “Siendo quien es,
reconozco en ella la palabra de una mujer, de la heroína,
históricamente disminuida, una que puede y debe alzar nuestras
banderas”.
56 familias dan calor a un caserío del
norte de Irán: Dalasam.
Y otra familia de siete palabras
confirman la cepa del buen rap, un árbol de muchas ramas y poca
sombra: “Disponho Armas Libertárias A
Sonhos Antes Mutilados” D-A-L-A-S-A-M.
Rico quiere casarse, tener hijos, una
casa, quiere amar y anhela la libertad. “Saudade” de amor.
También le
ocupa el diseño de modas y lo trabaja desde los diecisiete. Por eso
nunca se puso un vestido de su madre, tampoco de sus hermanas. Cuando
los veía, las tijeras le susurraban “tris-trás”. Entonces lució
una falda. Hoy si. A su imagen le llueve “purple rain”. Es como
si Prince hubiese reencarnado sin haber muerto. No terminó por
estudiarlo, porque la practica hace al monje. En cambio el celuloide
necesitó profundizarlo. No se cataloga como andrógino, lo que le
parece muy superficial, sino como “genderfucker” (una
persona que conscientemente desafía las construcciones arbitrarias
de género hechas por el consenso).
Rico Dalasam llegó por primera vez a
Venezuela para celebrar junto al Colectivo de jóvenes
revolucionarios Tiuna El Fuerte, su décimo aniversario de trabajo
cultural, comunitario y político (perdonen la redundancia).
Con el ejemplo de su madre mediante,
construyó con sus manos el garaje y el primer piso de su casa de
cuatro días. “Aquí todo mundo está politizado”, se regocija.
San Andrés del Valle, a donde lo llevaron los panas del Tiuna, se le
parece mucho a su barrio. Pero quisiera él que también se
parecieran en los niveles de conciencia de clase. “Necesitamos que
se parezcan. Y que nuestra gente no siga alimentando al monstruo”.
“Al Tiuna me lo quiero llevar a
Brasil y repetirlos tantos barrios-favelas hayan”.
De la tierra de Chávez, sólo no le
gustó la arepa.
O tempo para e o relógio não gira.
Que ainda dá tempo de ser quem se é
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Hablamos dos horas
con Rico Dalasam. Reímos. Lloramos. Compartimos sus recuerdos. Al
salir de la sala en la que nos hallábamos, mi hija y el hijo de
Valentina, nos esperaban junto a Ernesto -mi compañero-
desesperados. Llovía. Nuestro carro a medio andar se quedó sin
frenos. Pero me urgía llegar a casa a escribir algunos fotogramas de
la historia de un poeta maldito, nacido en un pueblo que ni aparece
en el mapa.
Entramos.
Preparamos a las hijas y me senté a escuchar la grabación. No hubo
forma. No se ni cómo las perdí. De todas maneras no hay tecnología
que pueda traducir la camaradería.
Rico... Ashé.
DesdeLaPlaza
/ Indira Carpio Olivo
Intéprete:
Valentina Figuera
Fotos: Daniel Tineo
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