I
Entré a una marisquería en Sabana
Grande a cambiarle el pañal de Pola.
En el baño estaban la señora que
asea, y dos mujeres más: las tres de más de 60 años.
Como es costumbre, hablaban de la
“situación del país”. Las sexagenarias discutían sobre la
violencia, pero sólo las dos comensales se asumían orgullosamente
opositoras al gobierno.
En la refriega, rápidamente se alzaron
la voz, hasta gritarse y ofrecerse golpes porque “la violencia
opositora es infiltrada”, decía una, y la otra reconocía que de
su lado también se cometían excesos.
En medio de los rugidos, Pola pasó de
la intranquilidad habitual, al miedo y al llanto. Les pedí -con
respeto- que bajaran la voz, porque la niña estaba atemorizada. Me
vieron con odio. Una, muy a su pesar enmudeció. La otra me enfrentó:
-¿Por qué me voy a callar, chica? Yo
digo lo que me de la gana... Me sabe a mierda que tengas un bebé
¿Acaso yo no lucho por tu hijo también? ¡Malditas chavistas!..
Y continuó su parafernalia de
insultos, mientras marchaba a la puerta.
La señora del aseo y yo continuamos
limpiando la mierda. “Esa gente en sí misma es una guarimba. Se
autosecuestran, se escupen y se matan solitas”, me dijo la abuela.
II
Voy con mi niña a comprar un
medicamento a la farmacia. Cuando llego, hago la fila para tomar el
número para que me atiendan. Delante de mí, dos abuelos. Detrás,
veo por el rabo del ojo a una señora uniformada para la marcha
opositora: vestida de blanco, gorra tricolor, sin logotipo del 4F,
vuvuzela de collar, pito, flores hawaianas de plástico. Enseguida me
lleva por delante para tomar el número antes que yo, incluso
tropieza al viejito de adelante. Tiene la aptitud de una persona
nerviosa. La dejo que tome el ticket y le digo que tenga cuidado, que
hay un orden de llegada que respetar. Me ve, respira afanosamente,
como si me fuera a agredir. En su rápido chequeo, nota que llevo a
Pola en el fular, al pecho. Y desde muy cerca, me ofrece disculpas.
Me dice:
-No vi que tuvieras un bebé.
“Qué considerada”, pensé.
III
¿Quién piensa en los niños? ¿Por
qué tengo que explicarle a las niñas que me rodean que aquel, o
aquella tiene derecho a pensar y expresar sus ideas, ante su arrebato
de gritarles cada vez que no están de acuerdo?
He visto a niños en diferentes trancas
con banderas que simulan un derrame de sangre, que en vez de
estrellas tienen tiros ¿Por qué un niño debe portar tan terrible
símbolo sobre su corta humanidad?
Cerca de las últimas presidenciales,
en un colegio capitalino, las niñas y niños de Capriles dejaron de
hablarle a los de Chávez, y viceversa ¿Quién les enseña a odiar?
Cada vez que llegaba a casa de mis
sobrinas, la mayor, de cinco años entonces, me preguntaba ¿Por
quién iba a votar? Y si no le convenía la respuesta, porque
cambiaba su preferencia según corría el viento, entonces me
reprochaba mi elección ¿Estamos prefigurando otra generación de
autómatas?
¿Cuál es la libertad que queremos
para nuestras semillas? ¿Las de regarles nuestro peor pesticida y
esperar que den frutos sin veneno?
Si los oprimidos somos más, no me
funciona aquella fórmula que Juan José Arreola le dibujara a
Cabral: “Nosotros, que somos buenas gentes, vamos a tener que tener
muchos hijos para que los malos no nos sigan ganando las elecciones”.
Algo no estamos haciendo bien.
IV
Justificar la muerte es deplorar la
vida ¿Cómo se le explica a un niño, a una niña, que está bien
matar cuando a quien se asesina sólo cometió el error de tener una
moto y “pasar” por la guaya que se dispuso para tal objetivo?
Mientras esperábamos para ver a la
pediatra, una madre y un padre explicaban a la secretaria cómo los
colectivos son el brazo armado de este gobierno castro-chavista, cómo
“la cosa” no puede seguir así, que como ya no escuchan está
bien “hacer algo”, que quién en su sano juicio monta una empresa
para que se la roben, que cómo cria uno a un hijo para que te lo
ideologicen. Ellos hablaban y hablaban y su pequeño los veía con
cara de pregunta, recibiendo aquella sábana de lugares comúnes.
La secretaria asentía todo, incluso
llegó a quejarse de hacer la cola para conseguir alimentos.
“Imagínate, el aceite es oro”, remarcaba en su discurso cada
tanto, como si aquella premisa era cierta.
Yo, le cantaba a Pola canciones para
que no recibiera aquella descarga de rabia. Pero de vez en cuando
miraba al bebecito suplicarle teta a la madre. Me imaginé dándole
teta, labor a la que me dedicó cuando puedo y cuando no, ser madre
de teta; pero ni me atreví a interrumpirlos.
Eso sí, cada vez más mi cuerpo
rechaza este tipo de circunstancias, me empieza a dar calor, a picar
los pies, a dar un nosequé, que me exige que me vaya, que me aparte,
que cante, que baile, que respire y los comprenda, pero que no los
pelee. Esa contradicción me da alergia.
Al fin les tocó entrar. El señor casi
no entra, explicándole a la asistente por qué es mejor ser aliado
de EEUU, que de Cuba. Pero entró. Todos respiramos.
Unos minutos después, la secretaria
vuelve a nosotras su atención y le tararea Patria querida, marcha
militar convertida en himno chavista, a Pola. Me vuelve la piquiña.
me encanta leerte, gracias a un amigo venezolano te encotré. felicidades
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