¿No es comiéndose un pedazo redondo
de pan, plano y crocante, como la iglesia define la unión del hombre
con Dios?
¿Cómo podemos entonces pedirle a un
mortal que abandone su única carta para la divinidad, prefiriendo el
maíz?
Para mí la gloria sabe a arepa con
aguacate y queso guayanés; y la Biblia como el pan y el vino no son
sino versiones impuestas de infiernos ajenos.
¿Acaso no se dibujan las nubes en los
ribetes tostados de la concha de una arepa, o no ilumina como el sol
cuando sale ardiendo del aceite? ¡Pecaminosa! ¡El mismo ángel
caído!
Al respecto, Marguelonne
Toussaint-Samat de la Sorbona, nos recuerda no sin asco, por qué
prefiere la espiga dorada:
“El trigo, desde a Antiguedad hasta nuestros días, encierra sus flores con tal recato que nunca las alcanza el polen clandestino que escapa de las especies de su misma familia, lo que no da lugar a mestizaje alguno, a ninguna hibridación. Él se fecunda solo, pues sus flores son bisexuales. Además, no hay inseminación artificial que haya tenido éxito en su caso, pues al internársela se produce un verdadero fenómeno de rechazo. El trigo es virtuoso. Por el contrario, el maíz está listo para todos los adulterios. El polen macho, en la punta de la flor, se esparce al menor soplo del viento; los órganos femeninos, en los brotes bajos, se prestan gustosamente a la primera fecundación que venga, sea de sus propios compañeros, sea de otro polen vagabundo de la misma especie, o de una planta del mismo género”.
¡Está el maíz dispuesto para el
amor! Mientras que el trigo se masturba: Dos formas de dibujar el
cielo.
Qué cosa más hermosa!!!! Un texto muy finamente elaborado y muy sensible. Gracias por compartirlo!
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