El futuro es un lugar
de paso. Era sábado en la mañana y la alacena abría sus alas como
un pájaro hueco. Salimos sin comer, como si pudiéramos hacer la
gracia ésa de intentarlo afuera.
Me sorprendí a mí
misma comprando un campesino, que hace un par de meses me costaba
cien Bolívares, en quinientos. En principio, lo compré sin chistar.
No me alcanzó para rellenarlo con nada más y éramos cinco
personas, así que el gusto duró menos que poco, pero el pan se
vuelve arena sino se comparte.
Avanzamos en el camino
y paramos en otra panadería, reunimos seiscientas puyas y las
cambiamos por uno de guayaba. Ésta vez preguntamos por qué ya no
hacían canillas (baguette), un pan largo y finito, el más
económico, y nos respondieron que no tenían harina de trigo.
Entonces, miré cómo
baleaban mi bandera blanca.
La contrapregunta era
obvia ¿con qué hicieron los otros panes, el de queso, el de
guayaba, el de coco, los bollos dulces, los de leche? Pero, nos
miramos otro comensal y yo y nos cagamos de risa en la cara del dueño
del pequeño comercio. El hombre tuvo las santas bolas de molestarse.
La más honesta expresión debió ser que los otros panes no
regulados le proporcionaban las ganancias que la canilla no.
Y menos mal que en
Venezuela nos reímos, porque al ritmo caníbal de los precios
hubiésemos acabado en una masacre.
Por ello, al caminar de
regreso, pensé en voz alta: que, debido a los costos estratosféricos
y la falta de pan, el pueblo aupó y celebró el filo de guillotinas,
durante la explosión de la Revolución francesa. “¡Cuántas
cabezas rodaron!”, volteé. El hombre despachaba. Ya ni me miraba.
Había leído
recientemente que, en mayo, habrían entrado al país 124 mil
toneladas de trigo panadero y esperaban 70 mil más, para distribuir
en el sector económico. El entonces presidente de la Federación
Venezolana de Industriales de la Panificación y Afines (Fevipan),
Tomás Ramos, advirtió que necesitarían mínimo cien mil toneladas
de trigo para estabilizar la producción.
Siendo que la materia
prima ingresó ¿qué ocurre que todavía no se regula el expendio?
Dos semanas antes, una
podía conseguir la harina integral (carísima) para elaborar el pan
en casa, pero de un día para otro tampoco eso. Nos cierran -por
fuera- las puertas en la cara, tampoco hay ventana, y una siente de a
poco la asfixia.
Ni el pan, menos el
trigo son nuestros. Pero es más viejo que la escritura y acá se
hizo tradición, tanto como la arepa. Si se trata de dejar de
comerlo, bien, una deja de comerlo, porque siendo que los precios
vuelan, contradictoriamente el pan se convirtió en una piedra que
orada el aire en caída libre. Mientras una se desacostumbra, va
probando nuevas especies de arepa, más sanas pero no más económicas
que las elaboradas con la fugitiva harina de maíz precocida. Porque
lo mismo un kilo de yuca, que sirve para un desayuno de una familia
promedio en Venezuela, ronda los mil Bolívares, por ejemplo.
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Escribo menos, porque
me falta levadura.
Guardo unos poemas,
bajo el mantel del comedor, por si Dios llega a tocar la puerta,
tener algo que ofrecerle. Con ellos no comeré, no haré crecer a mis
hijas, ni siquiera encenderé el fuego de la cocina.
“Llevarás a tu casa
gloria y no pan” le dijo Hermann a Salvador Garmendia, su hermano.
En mi caso, si la que
llegara fuera un poco de gloria la cambiaría por pan.
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