martes, 31 de mayo de 2016

Gastronauta 86: Pan


El futuro es un lugar de paso. Era sábado en la mañana y la alacena abría sus alas como un pájaro hueco. Salimos sin comer, como si pudiéramos hacer la gracia ésa de intentarlo afuera.
Me sorprendí a mí misma comprando un campesino, que hace un par de meses me costaba cien Bolívares, en quinientos. En principio, lo compré sin chistar. No me alcanzó para rellenarlo con nada más y éramos cinco personas, así que el gusto duró menos que poco, pero el pan se vuelve arena sino se comparte.
Avanzamos en el camino y paramos en otra panadería, reunimos seiscientas puyas y las cambiamos por uno de guayaba. Ésta vez preguntamos por qué ya no hacían canillas (baguette), un pan largo y finito, el más económico, y nos respondieron que no tenían harina de trigo.
Entonces, miré cómo baleaban mi bandera blanca.
La contrapregunta era obvia ¿con qué hicieron los otros panes, el de queso, el de guayaba, el de coco, los bollos dulces, los de leche? Pero, nos miramos otro comensal y yo y nos cagamos de risa en la cara del dueño del pequeño comercio. El hombre tuvo las santas bolas de molestarse. La más honesta expresión debió ser que los otros panes no regulados le proporcionaban las ganancias que la canilla no.
Y menos mal que en Venezuela nos reímos, porque al ritmo caníbal de los precios hubiésemos acabado en una masacre.
Por ello, al caminar de regreso, pensé en voz alta: que, debido a los costos estratosféricos y la falta de pan, el pueblo aupó y celebró el filo de guillotinas, durante la explosión de la Revolución francesa. “¡Cuántas cabezas rodaron!”, volteé. El hombre despachaba. Ya ni me miraba.
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Había leído recientemente que, en mayo, habrían entrado al país 124 mil toneladas de trigo panadero y esperaban 70 mil más, para distribuir en el sector económico. El entonces presidente de la Federación Venezolana de Industriales de la Panificación y Afines (Fevipan), Tomás Ramos, advirtió que necesitarían mínimo cien mil toneladas de trigo para estabilizar la producción.
Siendo que la materia prima ingresó ¿qué ocurre que todavía no se regula el expendio?
Dos semanas antes, una podía conseguir la harina integral (carísima) para elaborar el pan en casa, pero de un día para otro tampoco eso. Nos cierran -por fuera- las puertas en la cara, tampoco hay ventana, y una siente de a poco la asfixia.
Ni el pan, menos el trigo son nuestros. Pero es más viejo que la escritura y acá se hizo tradición, tanto como la arepa. Si se trata de dejar de comerlo, bien, una deja de comerlo, porque siendo que los precios vuelan, contradictoriamente el pan se convirtió en una piedra que orada el aire en caída libre. Mientras una se desacostumbra, va probando nuevas especies de arepa, más sanas pero no más económicas que las elaboradas con la fugitiva harina de maíz precocida. Porque lo mismo un kilo de yuca, que sirve para un desayuno de una familia promedio en Venezuela, ronda los mil Bolívares, por ejemplo.

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Escribo menos, porque me falta levadura.
Guardo unos poemas, bajo el mantel del comedor, por si Dios llega a tocar la puerta, tener algo que ofrecerle. Con ellos no comeré, no haré crecer a mis hijas, ni siquiera encenderé el fuego de la cocina.
“Llevarás a tu casa gloria y no pan” le dijo Hermann a Salvador Garmendia, su hermano.
En mi caso, si la que llegara fuera un poco de gloria la cambiaría por pan.

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