martes, 24 de mayo de 2016

Gastronauta 85: Mango


Mi tía dice que donde hay mango no hay hambre. Y, es verdad.
El mango es impertinente, crece donde lo quieren, y donde no ¿Quién puede decir que el mango no es venezolano? Que no lo es de origen, sí. Pero nuestra tierra se abrió sin surcos a su pepa.
Algunas frutas ignoradas tienden a disminuirse, como el caimito, el ponsigué, el cotoperí, pero el mango no, el mango se hace notar. Y si no lo mira, te puede estallar en el pecho, “aquí estoy”, y zaz, te mancha de sol. Al mango no lo mata la envidia de la manzanita criolla de Garmendia. No.
Aparece justo cuando la sequía arrecia, y donde hay mango no hay incendio, porque su tronco se guarda para cuando falta, se traga el fuego y cae junto a los palos de agua, gota de mayo.

Del mango, el cogollo para los dolores, las hojas tiernas para la diabetes, su corteza como astringente, su raíz como afrodisíaco, verde para encurtidos, ensaladas, polvos y jaleas, también maduro para jugos, dulces, aceites. Al cuerpo le saca los calores, por lo que se recomienda cuando se tiene fiebre. Combate la anemia, la disentería, el cólera, nivela el colesterol, ayuda a combatir la ceguera, la sequedad en los ojos...

Bolívar sí pudo haberse pintado la boca con su oro, porque a pesar de Vinicio Romero y El General en su laberinto de García Márquez, el mango registra sus primeras semillas en Angostura (hoy Ciudad Bolívar) en 1789, cuando un comerciante vasco de nombre Fermín de Sansinenea nos trajo algo más que la gonorrea antecesora, desembarcó canela, nuez moscada, el clavo, la pimienta de Castilla y el mango.

En estados como el Zulia, le pagan a los zagaletones para que los recojan caídos en los patios. En casa, los vecinos de la parte baja del barrio, le piden a mamá permiso para llevárselos y venderlos. En oriente, hacen bolsas y las ponen en la entrada para quien guste cogerlos.
Cuando viajé a Europa, uno de esos mangos que mi madre regala me costaban un ojo de la cara. Así en el extremo sur de Suramérica.
(Lo mismo que el aguacate, que revienta como monte alrededor de nuestro vientre).
Cuando mamá no los regala, a los mango, nos toca barrerlos con el rastrillo de metal, porque se pierden y alfombran de moscas la casa.

El trópico nos permite botarlo todo, como si pudiéramos. El potencial económico de nuestras frutas ronca como un lirón ¿Qué por qué no hay una política de Estado que nos permita exportar el mango como el mismo petróleo? ¿Por qué mejor no sustituímos la minería por los estudios de las frutas tropicales que crecen a pesar nuestro y multiplicamos su producción, el cuidado de nuestra tierra, y nuestro sustento?
Si alguien tiene la respuesta, no me interesa. Me interesa repetirme en una alternativa al maldito extractivismo, a la maldita minería, a la maldita codicia que ignora la carne del mango lo mismo que la carne del pueblo.

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