Mi tía dice que donde
hay mango no hay hambre. Y, es verdad.
El mango es
impertinente, crece donde lo quieren, y donde no ¿Quién puede decir
que el mango no es venezolano? Que no lo es de origen, sí. Pero
nuestra tierra se abrió sin surcos a su pepa.
Algunas frutas
ignoradas tienden a disminuirse, como el caimito, el ponsigué, el
cotoperí, pero el mango no, el mango se hace notar. Y si no lo mira,
te puede estallar en el pecho, “aquí estoy”, y zaz, te mancha de
sol. Al mango no lo mata la envidia de la manzanita criolla de
Garmendia. No.
Aparece justo cuando la
sequía arrecia, y donde hay mango no hay incendio, porque su tronco
se guarda para cuando falta, se traga el fuego y cae junto a los
palos de agua, gota de mayo.
Del mango, el cogollo
para los dolores, las hojas tiernas para la diabetes, su corteza como
astringente, su raíz como afrodisíaco, verde para encurtidos,
ensaladas, polvos y jaleas, también maduro para jugos, dulces,
aceites. Al cuerpo le saca los calores, por lo que se recomienda
cuando se tiene fiebre. Combate la anemia, la disentería, el cólera,
nivela el colesterol, ayuda a combatir la ceguera, la sequedad en los
ojos...
Bolívar sí pudo
haberse pintado la boca con su oro, porque a pesar de Vinicio Romero
y El General en su laberinto de García Márquez, el mango registra
sus primeras semillas en Angostura (hoy Ciudad Bolívar) en 1789,
cuando un comerciante vasco de nombre Fermín de Sansinenea nos trajo
algo más que la gonorrea antecesora, desembarcó canela,
nuez moscada, el clavo, la pimienta de Castilla y el mango.
En
estados como el Zulia, le pagan a los zagaletones para que los
recojan caídos en los patios. En casa, los vecinos de la parte baja
del barrio, le piden a mamá permiso para llevárselos y venderlos.
En oriente, hacen bolsas y las ponen en la entrada para quien guste
cogerlos.
Cuando
viajé a Europa, uno de esos mangos que mi madre regala me costaban
un ojo de la cara. Así en el extremo sur de Suramérica.
(Lo
mismo que el aguacate, que revienta como monte alrededor de nuestro
vientre).
Cuando
mamá no los regala, a los mango, nos toca barrerlos con el rastrillo
de metal, porque se pierden y alfombran de moscas la casa.
El
trópico nos permite botarlo todo, como si pudiéramos. El potencial
económico de nuestras frutas ronca como un lirón ¿Qué por qué no
hay una política de Estado que nos permita exportar el mango como el
mismo petróleo? ¿Por qué mejor no sustituímos la minería por los
estudios de las frutas tropicales que crecen a pesar nuestro y
multiplicamos su producción, el cuidado de nuestra tierra, y nuestro
sustento?
Si
alguien tiene la respuesta, no me interesa. Me interesa repetirme en
una alternativa al maldito extractivismo, a la maldita minería, a la
maldita codicia que ignora la carne del mango lo mismo que la carne
del pueblo.
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