No se qué talla me he vuelto.
Hubo un día que la supe
era del tamaño equivocado.
Demasiado grande para entrar en
aquellas telas
demasiado pequeña para ser algo,
alguien.
Yo era una mujer en el mundo y no cabía
en el espejo.
Desterrada la redondez
decidí buscarme, caminarme.
Llegué hasta la punta misma de mis
cabellos y no estuve.
Entonces me desnudé.
Y encontré entre aquellos trapos a una
niña que lloraba a una niña.
La sequé con mis despojos y regué en
su piel mi olor a cereal recién segado.
Anduve con las carnes al aire y si se
fijaban bien podían ver cómo iba y venía mi corazón.
Dormía sobre mí. Me vestían los ojos
ajenos.
Era una flor haciendo equilibrio en la
caída.
No tuve límites, y crecí, y le hice
sombra al miedo.
Fui paredes y techo y tuve en mis manos
la muerte.
Era cuerpo.
Y no fui más a repetirme.
Me hice de hilos y cosí las hojas
sueltas hasta volver a ser árbol.
De mi saya cuelga la fruta madura
y son mis piernas la corteza por donde
se arrastra su lengua.
Soy del tamaño que quiero.
De mi temblor, dos réplicas pretenden
el centro del cielo.
Sobre la mesa recortamos la figura de
nuestro dios:
la mano que hunde su huella en la
palabra.
De qué tamaño es el misterio.
“Recuerda, cuerpo”.
Es la vida que acumulada se pudre
el oído que por fino, estalla.
No se qué talla me he vuelto.
... “yo, que solamente teniendo la
vida del mundo, me tendría”.
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El cuerpo de la mujer es zona de minas,
hasta que una lo pone en las manos y lo trata como a su primer (o su
único) hijo, y lo junta con agua de mar, para que el recuerdo lo
humedezca y apague el incendio.
“Los severos comentarios acerca de la
aceptabilidad del cuerpo crean una nación altas muchachas
encorvadas, mujeres bajitas sobre zancos, mujeres voluminosas
vestidas como de luto, mujeres muy delgadas empeñadas en hincharse
como víboras y toda una serie de mujeres disfrazadas”, explica la
doctora Clarissa Pinkola Estés.
El acento sobre cómo debe ser cada
centímetro de la superficie femenina priva a la mujer de la vida
creativa, le impide fijar su atención sobre otros aspectos, para
controlar y dirigir cada una de sus formas.
Este desprecio precede a la
desaparición del cuerpo físico. Pero a esta se anticipa la muerte
espiritual de la mitad del mundo, un síntoma de la civilidad
occidental.
Pinkola lo explica así:
“Esta invitación a esculpir el
cuerpo es extremadamente parecida a la tarea de desterronar, quemar y
eliminar las capas de carne de la tierra hasta dejarla en los huesos.
Cuando hay una herida en la psique y el cuerpo de las mujeres, hay
una correspondiente herida en el mismo lugar de la cultura y, en
último extremo, en la propia naturaleza”.
No hay que caminar mucho, mire a su
alrededor y vea cuanto verde ha muerto.
Tala.
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