martes, 3 de mayo de 2016

Gastronauta 83: Tala



No se qué talla me he vuelto.

Hubo un día que la supe
era del tamaño equivocado.
Demasiado grande para entrar en aquellas telas
demasiado pequeña para ser algo, alguien.

Yo era una mujer en el mundo y no cabía en el espejo.
Desterrada la redondez
decidí buscarme, caminarme.
Llegué hasta la punta misma de mis cabellos y no estuve.

Entonces me desnudé.
Y encontré entre aquellos trapos a una niña que lloraba a una niña.
La sequé con mis despojos y regué en su piel mi olor a cereal recién segado.
Anduve con las carnes al aire y si se fijaban bien podían ver cómo iba y venía mi corazón.

Dormía sobre mí. Me vestían los ojos ajenos.
Era una flor haciendo equilibrio en la caída.
No tuve límites, y crecí, y le hice sombra al miedo.
Fui paredes y techo y tuve en mis manos la muerte.

Era cuerpo.


Y no fui más a repetirme.
Me hice de hilos y cosí las hojas sueltas hasta volver a ser árbol.

De mi saya cuelga la fruta madura
y son mis piernas la corteza por donde se arrastra su lengua.

Soy del tamaño que quiero.
De mi temblor, dos réplicas pretenden el centro del cielo.
Sobre la mesa recortamos la figura de nuestro dios:
la mano que hunde su huella en la palabra.

De qué tamaño es el misterio.
“Recuerda, cuerpo”.
Es la vida que acumulada se pudre
el oído que por fino, estalla.

No se qué talla me he vuelto.
... “yo, que solamente teniendo la vida del mundo, me tendría”.

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El cuerpo de la mujer es zona de minas, hasta que una lo pone en las manos y lo trata como a su primer (o su único) hijo, y lo junta con agua de mar, para que el recuerdo lo humedezca y apague el incendio.
“Los severos comentarios acerca de la aceptabilidad del cuerpo crean una nación altas muchachas encorvadas, mujeres bajitas sobre zancos, mujeres voluminosas vestidas como de luto, mujeres muy delgadas empeñadas en hincharse como víboras y toda una serie de mujeres disfrazadas”, explica la doctora Clarissa Pinkola Estés.
El acento sobre cómo debe ser cada centímetro de la superficie femenina priva a la mujer de la vida creativa, le impide fijar su atención sobre otros aspectos, para controlar y dirigir cada una de sus formas.
Este desprecio precede a la desaparición del cuerpo físico. Pero a esta se anticipa la muerte espiritual de la mitad del mundo, un síntoma de la civilidad occidental.
Pinkola lo explica así:
“Esta invitación a esculpir el cuerpo es extremadamente parecida a la tarea de desterronar, quemar y eliminar las capas de carne de la tierra hasta dejarla en los huesos. Cuando hay una herida en la psique y el cuerpo de las mujeres, hay una correspondiente herida en el mismo lugar de la cultura y, en último extremo, en la propia naturaleza”.
No hay que caminar mucho, mire a su alrededor y vea cuanto verde ha muerto.
Tala.

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