martes, 9 de junio de 2015

Gastronauta 38: Acetaminofén


La atmósfera del cuarto era densa, la arena de nuestros huesos se evaporaba en la más surreal de las pesadillas. Mojamos nuestras sábanas de sudores extranjeros. No éramos los únicos; mi vecino, el vecino de mi vecino y así… Éste vapor se extendió como si se batiera contra la pared una alfombra, y con cada golpe cayeran las fronteras. Yo, amamantaba a Pola, y acunaba a Manuela en el vientre. Ernesto, mi compañero trataba de estar a nuestro lado. Los cuatro éramos el fuego que hervía cada gota. En nuestras narices explotaban globos transparentes. Apretábamos los ojos. Yo, podía dibujar mandalas fluorescentes que, cuando trataba de sujetar, se deshacían en el dolor: Chikungunya.

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Cuando mi familia sucumbió a la chikungunya, una de las verdes salió al rescate: La matita de atamel. En mi casa la llaman así, como la marca comercial del ibuprofeno. En otras le dicen acetaminofén, en el cono sur (de donde parece proceder) Boldo.


Lo cierto es que nos alivió dos dolores de cabeza: el  del virus que arrodilló a Venezuela  y el de no hallar en las farmacias el único medicamento recomendado para tratar el virus.

Cuando conseguíamos las pastillas de Atamel, los precios multiplicaban hasta veinte veces el coste real, (Bs. 250 en septiembre de 2014 cuando la cajita debía costar unos Bs. 10) y la fecha de vencimiento era muy próxima, como para guardarlas en la botica casera.

Pfizer, la transnacional que debía surtir los anaqueles, había sido acusada de experimentar en animales y humanos sus nuevos antibióticos, ocasionando la muerte de niños en África. También señalada de mojar las manos de los gobiernos para recomendar el uso de sus productos, ha sido señalada –por lo menos- como sospechosa de participar en la llamada Guerra económica, que también dobla las rodillas del venezolano en la actualidad.

Sus trabajadores denuncian la incineración de medicamentos todavía vigentes, también el acaparamiento de millones, que después de un tiempo escondidos, se encuentran vencidos. Entre ellos, el mentado Atamel.

¿Cuántos dólares preferenciales recibe Pfizer del Estado, para traer sus medicamentos, acapararlos, dejarlos vencer y luego incinerarlos? Cuánto de ese dinero va a parar en los maletines de los “profesionales de la medicina” para que recomienden tales y cuales marcas, cuánto para que algunos-muchos comerciantes titulados –con bata blanca- prefieran ésta o aquella pastilla.

Pasa aquí, pasa en todos lados. “Mi papá era farmacéutico, y fue uno de los últimos en hacer preparados y lo que se conoce como Recetas Magistrales”, me cuenta Nito Biassi, un amigo argentino. “Él se consideraba un fito-farmacéutico, realizaba una gran cantidad de medicamentos basados en vegetales. Esa tradición farmacéutica se fue perdiendo por presión de la industria y otra por comodidad de los mismos farmacéuticos que se transformaron así, en comerciantes con título”.

Se olvida adrede que muchos fármacos proceden del tratamiento de los montes, en laboratorio. “La base de la industria farmacéutica está en el uso de plantas, la mayoría de los medicamentos nacen de yuyos, hierbas de distintos tipos, hasta que después se hace el proceso sintético en el laboratorio”, agrega Biassi.

Recientemente, el farmaceuta y profesor universitario Eduardo Samán explicó que es un error del Estado venezolano la creación del Siamed (Sistema Integral para el Acceso a los Medicamentos). “Para el acceso a los medicamentos  no es suficiente un sistema informático. El Siamed impone la obligatoriedad del récipe médico, y el consumo de fármacos inducidos por la propaganda”. El mismo exministro de Chávez ha instado a la siembra, también a la conformación de boticas populares, más cercanas a la experiencia de los pueblos.

Hace nada, una precandidata del Psuv a la Asamblea Nacional recomendó sembrar plantas como la del acetaminofén, para combatir el acaparamiento de medicinas, la guerra económica, a las farmacéuticas. Fue acribillada por “ignorante”, como “chaburra”, y una infinidad de insultos porque en su discurso una idea delineó aquello de volver a nuestras raíces, construir con tecnologías propias, importar menos ¡PE CA DO!

Yo, inmediato recordé nuestro padecimiento con la Chikungunya y cómo gurapito trás guarapito, aliviamos dolor y virus.

Hoy, después de las declaraciones de Rona Gómez, farmaceutas, médicos, botánicos, estudian las propiedades del  Boldo. Ojalá y el desprecio por todo lo que les hiede a pueblo no les dé en la frente, cuando después de “descubrir” lo que el pueblo lleva rato haciendo en tecitos, no se los roben –como ya es tradición- las transnacionales farmacéuticas.

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El humito de tres hojas con crestas, forma la espiral de sanación. El espíritu de mi abuela nos visita. Podemos cerrar los ojos, sin que el crepitar de los huesos nos despierte.

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Guarapo de acetaminofén

La Plectranthus neochilu es familia del Orégano orejón (Plectranthus amboinicus), por lo que se tiende a confundirlas. Si lo hace, no pasa nada, el también llamado Oreganón no le hará daño.

Mejor si lo siembra usted mismo. Pega fácil, por esqueje, o estaca. Según leo, una hojita crecida en la sombra puede equivaler a tres de las alzadas al sol.

Deje hervir el agua. Agregue las hojitas. Endulce con unas pocas de stevia, o añada papelón y listo.

Tome tibia. Repose. Siéntase bien

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