En la repartición
de corotos después de romper con mi ex, yo salí ganando. Me quedé
con Kortatu. Un trébol del rock radical vasco, con mi misma edad,
hoy treinta años. Y aunque sus integrantes son más que esta
agrupación, fue a través de ellos que (re)conocí la lucha por la
autonomía del País Vasco.
Cuando conversé
con Fermín Muguruza, una
anécdota confirmó mi “automática” simpatía. En México, un
periodista le preguntó por qué ellos (los vascos) no querían
ser españoles. Él apretó el gatillo: “Tú, qué me estás
contando, si hace doscientos años ustedes tampoco quisieron serlo.
Si alguien debiera sentir empatía por la independencia nuestra, es
el latinoamericano”.
Y así es.
Red
En sus hombros, la
formación política y artística de un cardumen de inconformes desde
el Río Bravo, hasta la Patagonia, aun sin haberse presentado en
América.
Después de
Kortatu y con Negu Gorriak, Muguruza funda el sello disquero Esan
Ozenki (Dilo alto) con el que lograron exponer parte del talento
vasco. Luego nace Gora Herriak (Vivan los pueblos), subsello con el
que cruzan el charco, y llegan a México en 1992, y a Argentina en
1994 con Todos tus muertos. En Venezuela su contacto fue aquel
Desorden Público que tanto dista del actual.
Pero a la cuna de
Bolívar, a Kortatu lo trajo primero Paco, integrante de Diskordia y
Motín Urbano en los '80. Aquella generación a la que sólo un bobo
se atrevió de adjetivar como “boba”.
Su trabajo, el de
Muguruza, ha sido y es, el de tejer redes por y para la autogestión,
como bastión político de
la utopía posible, sobre la que reposa aquella premisa de que la
cultura es política y viceversa. Treinta años completicos rellenan
cada agujero de su currículo.
En
ese sentido, le parece “ridículo” hablar de los
resultados del encuentro que lo trae a Venezuela, en esta oportunidad
en calidad de ponente del Foro: Producción cultural y movilización
Social, como parte del Congreso Inventar la Democracia del siglo XXI.
Es
imposible lograr en tres días lo que a él le ha costado casi toda
su vida, la autogestión y el tejido de redes contraculturales. Pero
no duda en calificar como “ejemplar” el interés y la
participación del Estado en una propuesta revolucionaria. “Es
bienvenidísimo. Y tiene que convertirse en una experiencia
didáctica. En una Escuela”, propone.
Una intervención
que ampliaría la plataforma que -sin internet- se alimentó de
fanzines, radios alternativas (o “libres” como prefiere llamarlas
Muguruza) y la copia pirata de las producciones discográficas.
Al respecto, el
también guitarrista confiesa que Kortatu no habría sido lo que fue,
ni hubiese influenciado en Latinoamérica si la gente no hubiese
copiado sus discos. “Yo creo que la piratería no mata la música,
sino que multiplica”; aunque apuesta por el derecho de autor,
porque “como la tierra es para quien la trabaja, la obra es de
quien la crea”.
“Yo tuve la
versión número diez de Kortatu. Antes que yo, nueve la tuvieron en
sus manos”, recuerda Morocho, quien nos acompaña debajo de una
sombrilla, rodeados de cañaverales en la piscina del Hotel Ávila,
“reprimidos” por la dictadura del follaje en San Bernardino.
Venezuela
Para el músico
vasco es curioso que el Gobierno reconozca la trayectoria de artistas
de la autogestión y los ponga al frente de proyectos como el Centro
Nacional del Disco, pero es que la Revolución Bolivariana fue en
principio un “choque cultural” para Muguruza.
Cuenta que cuando
vio a Chávez con un sombrero de charro, tratando de aliviar un
inconveniente diplomático con México, cantando Sigo siendo el
rey, él se preguntó de qué se trataba esta broma, porque en su
militancia, este estereotipo no encajaba con el del revolucionario.
Pero en eso consiste también la vida, en romper las preconcepciones.
Inmediato se dio
cuenta del tamaño del “carisma del político venezolano, de su
entrega al pueblo”, y no dudó en vestirse con la camisa
bolivariana. Estuvo y desde entonces está, en la solidaridad de los
pueblos, como portavoz de un proceso que en medio de sus
contradicciones trata de abrirse paso en la vorágine capitalista.
“Venir a
Venezuela es un acto de desobediencia civil”, porque la guerra
mediática internacional en contra del proceso que se levanta en el
caribe es atroz. “Tenía ganas de venir a Venezuela, con rabia”,
dice. Deja entrever que el pueblo en España parece saber más de
Venezuela que lo que pasa al vecino. “De Venezuela nos meten
mierda”, remata.
Y a pesar de la
presión ejercida en contra de esta nación, agradece los trucos
legales que ejecuta para
no extraditar a los refugiados vascos, a quienes califican como
etarras.
Desea para
su pueblo un proceso como el ocurrido en Colombia, con el cual el
Gobierno se sentó con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP), a
negociar la paz. “Antes se homologaba a ETA con las FARC, como
terroristas. Ahora que las FARC se sientan con el gobierno
colombiano, entonces ya ETA no es lo mismo”, explica.
“Deberían
empezar por cumplir con sus propias leyes, los españoles”. Hace
referencia a una como ejemplo: los presos deben cumplir condena en
localidades cercanas a su domicilio, cosa que no se cumple y
representa un doble castigo, para el penado y su familia.
El lunes cuando
llegue a Euskal Herria, viajará 800 kilómetros hasta la Cárcel de
Herrera de la Mancha, para
visitar a su amigo, Pipe San Epifanio, encarcelado hace 21 años.
El mismo Muguruza
tiene prohibido presentarse en Valencia y Madrid, donde lleva sin
cantar hace doce años, acusado de “exaltar el terrorismo”. Pero
confía volver a una de las ciudades con más seguidores -de su
trayectoria- en el mundo, y para ello no duda en aliarse
estratégicamente con Podemos de ser necesario, menos en el País
Vasco, en donde se enfila con Euskal Herria Bildu.
Relaciona “la
obsesión” de los medios en contra de Venezuela con lo que para él
representa la posibilidad de un cambio en España, y la influencia
que Venezuela ejerce sobre el Partido Podemos.
Recientemente, y
de la mano de la cantante Ana Tijoux, se pronunció en contra del
Ministro de Interior de Chile por la muerte de dos estudiantes en ese
país en manos de carabineros. Y así, en otros países presta su
firma por diversas causas, estableciendo una telaraña de solidaridad
entre los pueblos.
“No hay mayor
Internacional que esta que se establece desde la fraternidad”,
desde la experiencia de la autogestión, del poder hacerlo uno mismo,
una forma de la contracultura para sublevarse a la Industria, de
hacer política y de que la política delinee la vida y la dignidad
del individuo.
Con la
introducción de las no tan nuevas tecnologías, esa red puede y debe
nutrirse y aprovechar los recursos para decir y hacer. De esta forma,
y a través del mundo documental al que alimenta, Muguruza nos reúne
con Palestina, por ejemplo. Checkpoint rock, que así se llama su
pieza audiovisual, nos pasea por los acordes de la Palestina de los
sueños y la belleza que no puede sepultar una bomba.
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Yo me he negado a
conseguirme con mis referentes. Son pocos. Pero, con los que son
guardo respetuosa distancia, porque me cuesta reconocer cuando los
parto contra el piso, al desplomarse de la repisa de la coherencia.
Pero como la vida no es un solo momento, sino que a una le toca
vivirla todos lo días, debo reconocer que hacer equilibrio con la
esquinera es tarea difícil.
La coherencia en
Fermín Muguruza ni es estática, ni es de cristal, viaja
subterráneamente por cada uno de los rincones en los que ha logrado
amotinar la resignación y como la “malahierba”, crece en pleno
incendio, sin que se lo pidan, interminable.
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