Marta tiene cuarenta y cuatro años.
Hace unos años llegó de Bolívar. Era prostituta. Empezó cuando
ganaba unos reales por cada cama. Se vino con dos dedos menos. Cada
uno por una pepita de oro robada a un par de mineros. La llaman La
Mocha. Mamá nos exigía que la llamáramos Marta.
Eme de Mujer.
Eme de Marta.
Eme de Mocha.
Eme de Minería.
Eme de Margarita
Al año de haber llegado a Guasipati,
tierra de nadie ubicada al sur de Venezuela, quedó embarazada.
Después de parir, se mandó a ligar. Sólo tuvo a Margarita, su
compañera para toda la vida. Iba y venía de El Callao, donde
escarban el oro que crece como los parásitos.
A Marta le “hojillaron” cuando se
opuso a ser violada sobre una montaña de barro. La golpearon tanto
como a la roca, hasta que brotara de ella alguna gema. La usó como
amuleto aquel amante, hoy masticado por la mina. Los ingleses la
estrangularon mientras le obligaban a beberse su orina.
Legales o ilegales, daba igual, Marta
estaba siendo desentrañada, agujereada, exprimida por un pasajero
del oro, lo mismo que la tierra.
Margarita creció en el pueblito
vecino. Se empeñó en besar el sol, como la flor. Hubo quien se
propusiera deshojarla. Y lo logró. Tenía trece años cuando la
frontera que era su madre no detuvo a la bestia inconforme.
Cayó el telón, y el teatro del
absurdo volvió a ser la pesadilla de una, tantas veces otras: no
existía, ni ella, ni las cientos de putas caídas en combate, con
menos valor que un polvito de metal. No existen en la memoria hecha y
rehecha de cada gobierno, que llega y se va con el bolsillo preciado,
precioso.
Eme de mierda.
Eme de mentira.
Eme de monstruosidad.
Eme de muerte.
A Margarita la arrojaron a uno de los
afluentes del Caura. Su tallo fue desmembrado, porque “en algún
lado debía esconderlo”. El caudal atravesaba la peor de las
sequías, así que las redondas y todavía vírgenes tetas de este
cogollito de Marta apuntaban al cielo, negando la muerte, atorada
junto a un ramal, a las orillas del Yuruari.
Marta se vino a mi pueblo entonces, con
dos dedos menos y el amor amputado en cualquiera de sus memorias
¿Cómo podía seguir respirando? Se preguntaban quienes conocían su
silencio.
Marta quedaba mirando un punto en el
horizonte durante mucho rato, dicen que un Mariquitare le sonreía,
hasta que llegaba mi inocencia a interrumpir el letargo: “péiname,
Marta”.
En la ausencia de su mano corría mi
cabello, y el hilo de agua que no pudo arrancar el torso de
Margarita, de sus ojos, para siempre.
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¿Cómo puede un militar, ministro de
la Defensa decir que no hay minería ilegal en Canaima? Puede, y
siempre han podido. Porque es histórico el parche en los ojos. No
hay minería, no hay Marta, tampoco Margarita.
Eme de militar.
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El ministro de la Defensa, Vladimir
Padrino López negó que se practicara la minería ilegal en el
Parque Nacional Canaima, después de que la comunidad indígena Pemón
trancara el aeropuerto como protesta por esta aberración ecológica.
Horas después, el gobernador del
Estado Francisco Rangel Gómez (acusado de permitir las mafias
extractoras) y la Ministra de Pueblos Indígenas Aloha Núñez,
desmintieron al militar y asumieron la preocupación de los pemones.
Eme de mafias.
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