Por Indira Carpio
Olivo
El majestic se va de
caza real, mata a un elefante, se fractura la cadera y la prensa del
corazón lo reseña como un castigo divino, porque se fue de safari
con una de sus amantes a Botsuana.
¿Sabe alguien en
qué parte del continente africano queda Botsuana? ¿Le interesa a
alguien? Más que dar un sermón, me pregunto a mí misma si no me he
convertido en una repetidora mecánica de las pendejadas de los
poderosos.
No es que matar
elefantes sea una pendejada. Pendejo (*) es el que mata un elefante
para llenar las tapas de los diarios y ocultar la crisis en su país.
Está bien, el culo de un elefante es grande, pero no lo suficiente
como para tapar el desempleo en el reino.
22 meses tarda un
elefante en el vientre materno para que la madre pueda alumbrarlo ¿En
cuánto tiempo Franco parió al rey?
Que si “hay que
matar al longevo, no tiene enemigos y puede vivir 80 años”, dice
uno. El otro reclama “se comen la yuca y el maíz de los seres
humanos, matan a otros animales, son una plaga”. Por allá un
político casi llora porque no sabemos qué hacer con los “bandidos”,
“se meten de noche y arruinan nuestras aldeas”.
Una se confunde y no
sabe si hablan del elefante, o del rey.
Para matar a un
orejudo se necesita una bala
filosa de acero y que dé justo en el cerebro, de lo contrario sólo
resultará un pellizco y avivará la furia, la crisis del gigante.
La moraleja de la
pólvora advierte, y no importa que en este punto haga trompitas, no
se atreva a retar a Darwin, porque mínimo le fracturará la cadera.
Es muy probable que
un elefante haya hecho el trabajo de los súbditos y haya jugado el
juego de donde no se devuelven.
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Orejudo |
(*) Ya lo decía el
cantor que le contaba su abuelo cómo le temía a los pendejos,
porque son muchos.
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