jueves, 19 de abril de 2012

Les éléphants terribles


Por Indira Carpio Olivo

El majestic se va de caza real, mata a un elefante, se fractura la cadera y la prensa del corazón lo reseña como un castigo divino, porque se fue de safari con una de sus amantes a Botsuana.
¿Sabe alguien en qué parte del continente africano queda Botsuana? ¿Le interesa a alguien? Más que dar un sermón, me pregunto a mí misma si no me he convertido en una repetidora mecánica de las pendejadas de los poderosos.
No es que matar elefantes sea una pendejada. Pendejo (*) es el que mata un elefante para llenar las tapas de los diarios y ocultar la crisis en su país. Está bien, el culo de un elefante es grande, pero no lo suficiente como para tapar el desempleo en el reino.
22 meses tarda un elefante en el vientre materno para que la madre pueda alumbrarlo ¿En cuánto tiempo Franco parió al rey?
Que si “hay que matar al longevo, no tiene enemigos y puede vivir 80 años”, dice uno. El otro reclama “se comen la yuca y el maíz de los seres humanos, matan a otros animales, son una plaga”. Por allá un político casi llora porque no sabemos qué hacer con los “bandidos”, “se meten de noche y arruinan nuestras aldeas”.
Una se confunde y no sabe si hablan del elefante, o del rey.
Para matar a un orejudo se necesita una bala filosa de acero y que dé justo en el cerebro, de lo contrario sólo resultará un pellizco y avivará la furia, la crisis del gigante.
La moraleja de la pólvora advierte, y no importa que en este punto haga trompitas, no se atreva a retar a Darwin, porque mínimo le fracturará la cadera.
Es muy probable que un elefante haya hecho el trabajo de los súbditos y haya jugado el juego de donde no se devuelven.
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Orejudo
(*) Ya lo decía el cantor que le contaba su abuelo cómo le temía a los pendejos, porque son muchos.
 

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