A los hombres futuros
(frag.)
Por Bertolt Brech (Alemania)
Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.
Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.
La belleza del mundo (frag.)
Por Simone Weil (Francia)
El amor carnal en todas sus formas tiene por objeto la belleza del
mundo. Muy a menudo también en la búsqueda del placer carnal los dos
movimientos se combinan, el movimiento de correr hacia la belleza pura y el
movimiento de huir lejos de ella en una confusión indiscernible. Si el amor
carnal en todos los niveles se dirige más o menos a la belleza –y las
excepciones no son más que aparentes- es porque la belleza en un ser humano
hace de él por la imaginación algo equivalente al orden del mundo. El amor que
se dirige al espectáculo de los cielos, las llanuras, el mar, las montañas, el
silencio de la naturaleza que se hace sentir en mil leves sonidos, al soplo de
los vientos, al calor del sol, ese amor que todo ser humano presiente al menos
vagamente en un momento, es un amor incompleto, doloroso, porque se dirige a
cosas incapaces de responder a la materia. Los hombres desean trasladar ese
mismo amor a un ser que sea su semejante, capaz de responder a su amor, de
decir sí, de entregarse. El sentimiento de la belleza que a veces está ligada a
un aspecto particular de un ser humano hace posible esa transferencia, al menos
de manera ilusoria. Pero la belleza del mundo, la belleza universal, es el
objeto de ese deseo.
La piedra alada
Por José Watanabe (Perú)
El pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.
Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
Que la serpiente
espere
Por Williams Carlos Williams (EE.UU.)
Que la serpiente espere bajo
su yerbal
y la escritura
sea de palabras lentas y rápidas, pronta
a morder, tranquilas en la espera,
insomnes,
- por la máscara reconciliar
a la gente con las piedras.
Compón. (No hay ideas
sino en las cosas). ¡Inventa!
Saxífraga es mi flor que parte
las rocas...
El príncipe
feliz (frag.)
Por Oscar
Wilde (Irlanda)
Al otro día ella se posó en el hombro del Príncipe para
contarle las cosas que había visto en los extraños países que visitaba durante
sus migraciones.
Le describió los ibis rojos, que se posan en largas filas
a orillas del Nilo y pescan peces dorados con sus picos; le habló de la
esfinge, que es tan vieja como el mundo, y vive en el desierto, y lo sabe todo;
le contó de los mercaderes que caminan lentamente al lado de sus camellos y
llevan en sus manos rosarios de ámbar; le contó del Rey de las Montañas de la
Luna, que es negro como el ébano y adora un gran cristal; le refirió acerca de
la gran serpiente verde que duerme en una palmera y veinte sacerdotes la
alimentan con pasteles de miel; y le contó también de los pigmeos que navegan
sobre un gran lago en anchas hojas lisas y que siempre están en guerra con las
mariposas.
Revista Cantera @RevistaCantera:
Piensas que hablo de poder y que ni siquiera puedo evitar
la decrepitud de mi propio cuerpo.
~George Orwell.
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