domingo, 9 de julio de 2017

PON 79


Principio y fin
Por Wislawa Szymborska (Polonia)

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien ha de poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso tiene poco de fotogénico
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.


La piedra alada
Por José Watanabe (Perú)

El pelícano, herido, se alejó del mar 
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto. 
Buscó,
durante algunos días, una dignidad  
para su postura final: 
acabó como el bello movimiento congelado 
de una danza.
Su carne todavía agónica      
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus 
huesos
blancos y leves          
resbalaron y se dispersaron en la arena.        
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,     
sus gelatinosos tendones se secaron 
y se adhirieron           
a la piedra      
como si fuera un cuerpo.       
Durante varios días   
el viento marino         
batió inútilmente el ala, batió sin entender   
que podemos imaginar un ave, la más bella, 
pero no hacerla volar.

El canto del gallo
Por Eugenio Montejo (Venezuela)

El canto está fuera del gallo;
está cayendo gota a gota entre su cuerpo,
ahora que duerme en el árbol.
Bajo la noche cae, no cesa de caer
desde la sombra entre sus venas y sus alas.
El canto está llenando, incontenible,
al gallo como un cántaro;
llena sus plumas, su cresta, sus espuelas,
hasta que lo desborda y suena inmenso el grito
que a lo largo del mundo sin tregua se derrama.
Después el aleteo retorna a su reposo
y el silencio se vuelve compacto.
El canto de nuevo queda fuera
esparcido a la sombra del aire.
Dentro del gallo sólo hay vísceras y sueño
y una gota que cae en la noche profunda,
silenciosamente, al tictac de los astros.

Nocturno
Por Rafael Alberti (España)

Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven: son palabras.
Balas. Balas.
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
Balas. Balas.
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible, y calla.
Balas. Balas.
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

Te incorporas/e incorporas olvido que ahora te mantiene de pie.
Alfredo Silva Estrada. Venezuela.





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