A mí mi madre no me crió
para socialista, anarquista, o capitalista. Mi mamá eso sí, me educó con el
ejemplo de enseñar a leer y a escribir en comunidades pobres, a cambio de
naranjas o cambures. Su ejemplo me formó más que sus opiniones e ideas
políticas. No votaba mamá por los comunistas. A la sazón, en casa no sabíamos
qué era la izquierda más allá de las canciones de Ali y su preferencia por José
Vicente Rangel. Eso sí, pueblo fuimos y seguimos siendo ¿Qué determinó la
formación de nuestras ideas políticas? ¿Qué hizo de izquierda a la mayor parte
de los miembros de mi núcleo familiar? Hubo una serie de hechos históricos que
nos marcaron, tuvimos hambre y sufrimos la pobreza. Y ese es el más importante
factor. No podíamos estar del lado del enemigo que nos mataba. En mi hermano
mayor y en mí esto abrió surcos: lo que tenemos no es nuestro, sino de quien lo
necesite. Asumimos lo que los estudiosos llaman conciencia de clase (con
nuestras contradicciones, claro), y me perdonan la autoreferencia, pero creo
que somos uno de los millones de ejemplos de la familia marginal de la
Venezuela cuartorepublicana.
¿Cómo se instala en el
subconsciente la pobreza? ¿A qué ideas responden los recuerdos?
Hay una línea, creo yo,
entre ser buena gente y obrar como buena gente y tiene que ver con el afuera.
Es verdad que nadie puede ser en lo colectivo lo que no milita en el corazón.
En otras palabras, no se puede ofrecer hacia afuera lo que no se cultivó
adentro. Pero también es verdad que somos con los otros y en ese sentido la
solidaridad como modus vivendi nos diferencia de las personas que no asumen su
posición política o la disfrazan con posiciones de centro o
religiosas-espirituales ¿Qué pasa con la gente que fue criada bajo el mismo techo
y obra de manera distinta? ¿Cuándo cambian las condiciones materiales, cambian
las personas?
Está también un factor
que tiene que ver con las asociaciones, porque digamos por ejemplo, están los
casos de los hijos de los represores en la dictadura argentina que se revelan
contra sus viejos y no repiten los patrones, sino que los denuncian y exponen
al escarnio público, gracias a sus sociedades con HIJOS o las Abuelas y las
Madres de Plaza de Mayo. Lo que viene a decir que no se trata de una cosa
genética, sino más bien de repeler la maldad con la que se erigen los gobiernos
dictatoriales y de derecha (perdonen la redundancia) así el demonio sea el
padre. Otra excepción a la regla en la que clase social no tendría mucho que
ver, sino las asociaciones, sería la del propio Che Guevara, un muchacho de la
clase media que se fue a hacer posible la idea de la libertad en diferentes
países.
Pero lo mismo las
asociaciones transforman a la clase media, como a las clases más deprimidas y
convierten al pobre al servicio del sistema y el estatus quo, en una palabra:
un desclasado.
Un profesor en la
universidad decía que una o repite o rechaza a los padres.
Yo, con toda y nuestras
diferencias, quiero repetirlos: a mi madre maestra sin nombramiento maestra de
pueblo (que fregaba mierdas ajenas para sobrevivir), a mi padre el obrero
limpiador de solares ajenos. No me avergüenzan. Ellos se hicieron a la idea de
que “profesionalizarnos” nos alejaría de sus padecimientos sin darse cuenta de
que nos habían formado en el más importante de los valores, el cooperativismo.
Hay casos durante el
golpe de Estado y el magnicidio contra Allende, durante la instalación de la
dictadura pinochetista, en los que las madres entregaban a sus hijos
“comunistas” al Dinas (policía política de Pinochet), que los golpeaba,
torturaba, desaparecía ¿Los castigaban? Una que es madre, y en una situación
límite como la que vivimos en Venezuela, imagina aquello como una aberración
¿Qué clase de ser humano puede hacer eso? ¿Qué tipo de madre tiene una que ser?
¿Hasta dónde llega la idea y comienza la carne? Al revés también sería una
mierda ¿Qué clase de hijo entregaría a su padre?
¿A dónde quiero llegar?
Las relaciones familiares entre los que hacemos vida en Venezuela son tan
intrincadas que, esa petición tácita de los poderosos, de matarnos entre
nosotros implicaría entregar a los nuestros, mandarlos a desaparecer y,
lamentablemente hay gente a la que esa idea le hace callo. Cuando eso ocurre
con un desconocido, una lo justifica con la premisa de que no sabe a quién
apunta. Pero cuando ocurre con un familiar o un amigo, una sabe que el ejemplo
no lo es todo y una se pregunta si a nuestras hijas le será bastante la
mandarina y el cambur, o alguna asociación las hará extrañas en nuestra casa.
Yo no las crío para
socialistas, anarquistas o capitalistas, budistas, mormonas, o qué se yo,
tampoco para que me entreguen, o para entregarlas, no me interesa que se
profesionalicen, lo único que me gustaría legarles es el espíritu de la
solidaridad, la comprensión por el otro, que se gesta en el propio interior. No
quiero que odien, ni enseñarles que su felicidad depende del gobernante de
turno. Me gustaría que vivieran y me gustaría verlas vivir.
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