viernes, 4 de agosto de 2017

Desesperación


La determinación llevó a millones de personas a sortear obstáculos para poder ejercer pacíficamente su derecho al voto. Algunos tuvimos que salir con días de anticipación del secuestro al que nos sometieron los vecinos en nuestras propias casas. Nosotros después de decidir y partir en resguardo de nuestra familia al interior del país, fuimos informados de que en una vía —por la que pasamos frecuentemente y que acabábamos de tomar— fue regada con agua y aceite por miembros de la comunidad. Una vecina (de oposición) tuvo un accidente “casi fatal” según informaron a través del grupo de whatsapp. “Nos estamos jodiendo nosotros mismos”, decían, a lo que saltó uno que sin tapujos y remató “por ahí no pasan chavistas”. Es decir ¿si pasarán se justificaría un intento de asesinato? 
Lo he dicho y lo mantengo: a mí no me obligó el gobierno a votar. Lo hizo la oposición.
El domingo 30 de julio nos paramos tempranito. Después de ejercer sin inconvenientes mi derecho al voto, acompañamos mis dos pequeñas y yo a Ernesto hasta la Rinconada, a donde lo envió por contingencia el Consejo Nacional Electoral. Llegamos a las 10:00 AM y resolvimos el asunto hasta después de mediodía. Las colas eran kilométricas. Algunas llegaban hasta la panamericana y se devolvían, otras casi hasta la entrada en El Valle. La gente comentaba que aguantaba el sol inclemente, porque no podían devolverse a sus casas con la cabeza gacha. Más que celebración, se respiraba mucha dignidad y las ganas de discutir la torsión de un modelo de país que no está funcionando ¿Cómo siendo poder y gobierno, debían esconderse para votar?

En su acostumbrada columna, Luis Britto García recuerda un capítulo de la cinta El nacimiento de una nación, que recapitula un momento de la historia de EE.UU. cuando los esclavos liberados pretendían postularse como candidatos a  cargos representativos y los “amitos” decidieron disfrazarse de fantasmas para impedirlo, asistiendo al nacimiento del Ku Klux Klan. El ejército de encapuchados, jinetes blancos (por dentro y por fuera) rodeaba las covachas de los afrodescendientes del sur de EE.UU. y les impedían salir a votar. Entonces había “nacido la nación: la del prejuicio, el racismo, la intolerancia”. En la “evolución” de esa agrupación practicaron las hogueras donde quemaron a personas vivas, y también los linchamientos, hasta suprimir (ideológicamente para su organización) cada rasgo de humanidad en el oponente racial, político y justificar sus homicidios.
¿Qué lleva a nuestros vecinos a querer eliminarnos? La misma fuerza que saca a hombres y mujeres de sus montañas hasta los centros electorales, la de que reconozcamos que existen.
Hay quienes se burlan de unos y otros por la cantidad de votantes que asistieron a la consulta popular hecha por la oposición el 16-J (y hay que decirlo: inauditable y sospechosa por la quema de su material electoral y la totalización de votos y no de votantes) y están los que hacen lo propio con la cantidad de votantes que salieron el 30-J por el chavismo (porque según el contexto histórico no da para esos números).
En San Antonio votaron opositores, según miembros de mesas electorales que reconocieron en sus vecinos sus preferencias políticas. San Antonio, el bastión de La Resistencia. Lo mismo en el barrio donde me crié, bajaron por lo menos 9 vecinos opositores a ejercer su derecho. En el mismo lugar, en horas de la tarde, algunos lanzaron piedras contra el centro electoral donde votamos. Tenían mucha rabia. En el Poliedro de Caracas observé con asombro algunos ex compañeros de clases enconadamente antichavistas eligiendo la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente, como mecanismo para detener la violencia. Hubo denuncias según las cuales se obligó a algunos a votar. Esa práctica es condenable y denunciable. Yo, no conozco ningún caso, pero mi ombligo me permite creer que todo es posible.
De todas partes nos llegaron testimonios. En Táchira cruzaban El Torbes. En Mérida abrían la montaña en dos. La GNB custodiaba a grupos de votantes, los rodeaban y llevaban hasta los centros electorales. Comunidades rurales que llegaban en barco. Personas con discapacidad, viejitas y viejitos, muy viejitas y muy viejitos. Casos en los que la voluntad emociona y de los que es casi imposible advertir amenaza para que voten. “A mí el que me amenazó fue mi vecino, pero para que no votara”, explicaba un señor a las cámaras de VTV.

Durante nuestra estadía en el Poliedro conversé con Nicanor Moscoso, presidente del Consejo de Expertos Electorales en Latinoamérica (Ceela) y ex presidente del Tribunal Electoral de Ecuador, y con Guillermo Reyes, miembro de la Ceela y también ex presidente del Consejo Nacional Electoral colombiano. “No somos ni Correistas ni chavistas, más bien somos representantes de partidos de derecha en nuestros países”, me dijo uno. Estaban impresionados. Acababan de llegar de “un urbanismo hecho por el gobierno para la gente pobre” en el que los habitantes aguardaba en sus “impresionantes filas para votar”, cuando hacerlo no es obligatorio. “En Ecuador sí”, y en naciones como Colombia donde la abstención en los procesos electorales ronda el 60% se estudia hacerlo forzoso. “Esto debe consolidar la paz, estas imágenes son inocultables”, me quería hacer entender Moscoso toda vez que los medios no transmitían el proceso electoral que reunió a millones de personas y la prohibición de la incursión de periodistas en los centros electorales tampoco ayudaba (por las razones de seguridad que fueran). Los observadores estaban al tanto de las sanciones internacionales, de las amenazas contra los votantes y se apresuraron en comparar los votantes visiblemente de clases sociales bajas (en los urbanismos que visitaron) con los del Poliedro “no son los mismos”, decían “y están de acuerdo”. “No estarán todos en sintonía con las políticas del presidente, pero en esta reunión lo están con una alternativa electoral” me llegó a decir el colombiano.
Yo le dije que en algo todos (opositores, chavistas, los que no son ni una cosa ni otra sino todo lo contrario) estamos de acuerdo: estamos DESESPERADOS porque el otro nos reconozca, porque el otro sepa que existimos y tenemos voz y también VOTO.

No estoy siendo poética ni jipi ni comeflor por apostar a la paz, estoy siendo realista, lo otro es surreal: la muerte, el fascismo, la guerra, nuestra desaparición y la suya.
En el video, estas mujeres recorren los caminos literalmente verdes de una montaña en el Táchira, para poder llegar a su casa después de atravesar el río Torbes hasta alcanzar su centro electoral porque algunos opositores les impedían el paso ¿lo harían por una bolsa de comida? ¿Usted las va a desconocer? ¿Se atreverá a decir que no existen? Si así fuera, entonces tenga las bolas para reconocer también que está inaugurando El nacimiento de una nación.

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