viernes, 11 de agosto de 2017

ROBO

Me habían arrancado las bolsas del mercado de camino a casa y las manos también. Tú habías llegado primero y allí estabas, dormido. Una pierna te colgaba y la otra reposaba sobre el lomo del mueble. Sobresalía de en medio el bulto de tu pene. No hice ruido y me senté en frente a contemplarte. Era una curva tibia de donde parecía despuntar el día, inmaculada. Dejó de importarme que me hubiesen vaciado. Fue suficiente el deseo para que tu bulto se hinchara y entreabrieras los ojos y me encontraras sin ramas.
Me tomaste de la cintura y me subiste sobre la mesa. Todavía estaba fresco el cemento en tus pantalones y me hiciste dos torpes manos sobre tu vientre. Una pantalla de cabillas espinó y salivó el cactus en mi tierra. Las bolsas de tus testículos me devolvieron la carne sobre el acero. No recordé más ningún otro arrebato. Entonces me enseñaste a moldear la torre en punta y yo reboté sobre ella y me dejé penetrar en una hora cualquiera. Abría y cerraba las alas. Inventamos un ritmo animal puro.
Me habías devuelto las manos y podía amasar. Te empujé y amasé mis tetas. De inmediato te esperaba sobre la mesa con las piernas abiertas para que cenaras. Me gustaba medir la extensión de mi vagina juntando los dedos y paleando abajo como quien siembra, tocarme sabiendo que me espiabas y moverme en círculos. Abrías la boca sin decir palabra. Te masturbabas y volvías otra vez sobre mí.
Dejamos las cortinas abiertas para que los vecinos escucharan. Mientras me cogías te contaba que me habían robado, lo gritaba, lo gemía y el vecino se venía con nosotros.

Mundia Magdaleno

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