domingo, 6 de noviembre de 2016

PON 50



LUGARES COMUNES
Por Andrea Betancourt Salas (Venezuela)

La casa con la puerta cerrada,
jardín marchito
pasillos en silencio.
Un libro olvidado en la mesa,
tres páginas marcadas.
Una luz se precipita través de las esquinas,
pone todo en descubierto.
Va derritiendo el delirio de lo conocido.
El simple acto de mover la mano
y hacer sonar las cadenas
diluye todo cuestionamiento:
Las bestias no duermen.

TE MANDO A QUE LO OLVIDES TODO
Por Carilda Oliver Labra (Cuba)

Te mando ahora a que lo olvides todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
aquel muslo obediente pero fiero,
que venía de sierpes milenarias;
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;
aquel gesto al echarme en la locura;
aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,
aquel nombre pequeño bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.

Vicky Cristina Barcelona (frag.)
Por Woody Allen (EE.UU.)
– Entonces, dime ¿Por qué tu Padre no publica sus poemas?
– Porque… odia al mundo… y esa es su forma de vengarse de él,
crear hermosas palabras y luego… negárselas al público, es lo que creo que es…
– ¿Qué será lo que lo enoja tanto respecto al mundo?
– Será porque después de tantos años de civilización todavía no ha aprendido a amar.




CARTAS A UN JOVEN POETA
Por Rainer Maria Rilke (Alemania)
No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.

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