LUGARES COMUNES
Por Andrea
Betancourt Salas (Venezuela)
La casa con la
puerta cerrada,
jardín marchito
pasillos en
silencio.
Un libro olvidado
en la mesa,
tres páginas
marcadas.
Una luz se
precipita través de las esquinas,
pone todo en
descubierto.
Va derritiendo el
delirio de lo conocido.
El simple acto de
mover la mano
y hacer sonar las
cadenas
diluye todo
cuestionamiento:
Las bestias no
duermen.
TE MANDO A QUE LO OLVIDES TODO
Por Carilda
Oliver Labra (Cuba)
Te mando ahora a que lo olvides
todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
aquel muslo obediente pero fiero,
que venía de sierpes milenarias;
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;
que venía de sierpes milenarias;
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;
aquel gesto al echarme en la
locura;
aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,
aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,
aquel
nombre pequeño bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.
Vicky
Cristina Barcelona
(frag.)
Por
Woody Allen
(EE.UU.)
– Entonces, dime ¿Por qué tu Padre
no publica sus poemas?
– Porque… odia al mundo… y esa es su forma de vengarse de él,
crear hermosas palabras y luego… negárselas al público, es lo que creo que es…
– ¿Qué será lo que lo enoja tanto respecto al mundo?
– Será porque después de tantos años de civilización todavía no ha aprendido a amar.
– Porque… odia al mundo… y esa es su forma de vengarse de él,
crear hermosas palabras y luego… negárselas al público, es lo que creo que es…
– ¿Qué será lo que lo enoja tanto respecto al mundo?
– Será porque después de tantos años de civilización todavía no ha aprendido a amar.
CARTAS A UN JOVEN POETA
Por Rainer Maria Rilke (Alemania)
No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario