Por Mundia Magdaleno
Cuando yo nací, me recibió el vecino.
Era pescador y pescadero.
No había nadie en casa, y el grito de
madre lo despertó, lo trajo, y lo hizo abrirle las piernas.
Después de los hombros, se escurrió
mi sexo. Dijo “es niña, es niña”. Y yo sentí que entonces me
hice niña. Me puso en los brazos de madre, se puso de pie, de
frente, nos observó a las dos como un tajalí antes de despedazarlo.
Madre cerró las piernas. La placenta volvió a abrírselas. Yo no
lloré. Miraba al pescadero mirarme. Madre oró para que la mar lo
devolviera a su orilla. El pescador escuchó el rezo y lanzó sobre
los tres una red de mecatillo que colgaba en la entrada de su casa.
Las aguas lo mancharon de sangre y a él eso poco le importó. Madre
puso mi boca en su pezón izquierdo. Pero yo seguía con mis ojos la
ruta del pescador. Alzó su lanza contra la luna oscura y brillaron
sus escamas, para entrar a la cueva de caldos. Yo sabía vivir ahí
porque yo venía de ahí. Madre se murió un poco. Cogí aire de
adentro y la besé para que volviera. El vecino sacó de ella el
cardumen de un dolor negro. La dejó la hiel, sin barniz, la dejó
volver con otras aguas a poblar el misterio. Y madre volvió a
mirarme. El pescadero seguía en frente. Nos miraba a madre, a mí, a
su pezón rosa.
Madre balbuceaba una súplica.
Madre yace, ola que se repliega al
final, en la ribera, ahí donde le reza a Dios y Dios no le responde.
Yace en el silencio. Mira cómo me hago palabra. Madre sabe que parió
su final.
Cuando yo nací, me recibió el agua. Y
madre sedienta. Y un pescadero que no sabía que sabía. Me recibí
salvándola. Y desde entonces me suplica por su vida.
!Ay madre, si pudiera matarte!
Caracas, 23 de enero de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario