martes, 17 de enero de 2017

Gastronauta 103: Ruleteo


Eran las ocho de la noche y no sabíamos de María. Había roto fuente a las diez de la mañana y subió en el ferrocarril desde Charallave hasta la Maternidad Concepción Palacios, donde se controlaba su embarazo a fin de garantizar el término en la Maternidad General de Venezuela. A mi tía se le había acabado la batería del perolito que cargaba, y María obviamente no atendía el teléfono. A las nueve de la noche, mi madre me avisa que a mi prima la tenían en el Clínico Universitario. Así que cogí mis cuatro muchachas, hice unas arepas, llené un garrafón de cinco litros de agua y nos empujamos mi compañero y yo, hasta el hospital para ver qué sucedía y en qué podíamos ayudar.
Al llegar, nos relatan la travesía. De la Concepción Palacios la despacharon al cabo de recibirla porque no tenían insumos. Mientras, la recibían y la botaban, algunos médicos le hicieron tacto, y todos coincidían en que no estaba preparada. “Usted, no pare todavía”. Le hicieron una orden abierta para irse con su “ayayay” a otro lado. Los dolores aumentaban y ella, primeriza, no sabía qué hacer, lo único que tenía claro era que no se regresaba a casa. De la Concepción Palacios fue a dar al Materno Infantil de Caricuao. Contaron los billetes y se fueron con el mejor postor hasta la UD4. Allí, ni la recibieron. “No tenían pitocín, sólo abrían las puertas a las que llegaban con el muchacho casi afuera”. Estaba a reventar. Lo mismo, en la Santa Ana en San Bernardino. Así que partió hacia El Valle. Una vez allí, una doctora le hizo otro tacto y determina que requiere una cesárea, por la pérdida de líquido y que su estado era delicado y “cuidado sino una Ruptura Prematura de Membrana -RPM-”, lo que le podía ocasionar lesiones en ella y el bebé. Otro doctor, con más rango se le encima, la lastima después de hacerle otro tacto, se molesta porque “cómo era posible que la Concepción Palacios no la atendiera”, y seguidamente se niega a dejarla en el Materno Infantil Hugo Chávez (se retuerce Chávez donde quiera que esté). María decide irse al Clínico. Allí, la reciben a las tres y media de la tarde con la oxitocina sintética que en teoría (y efectivamente) le aceleran los dolores de parto. “Si en unas cinco horas, no ha parido, entonces la operamos”, aclara la doctora tratante. A las ocho pasa y le vuelven a hacer tacto, y según la doctora no había dilatado ni un centímetro, pero seguía botando agua, luego de cuatro ampollas de pitocín y de los dolores de parto. Justo al anunciar que la operarían, un hombre anuncia a voz en cuello que no bajasen a más nadie a quirófano, porque acababa de acabarse el último de los insumos. Eran las diez de la noche.

Nosotros seis nos habíamos devuelto a casa. Llegando, me llaman, que la sacaron del Clínico. Nos vamos directo a la Maternidad de Carrizal, pero allí no la podían atender porque la Unidad de cuidado neonatal no era apta para una parturienta con tantas horas de pérdida de líquido amniótico.
A las nueve de la noche bajó sola en el único ascensor que servía, cinco pisos. Pensaba en lo que acababa de decirle la mujer que la atendió. “Su hijo podía morirse. Ella también, sino eran atendidos de inmediato”. Abajo, su marido y su mamá la esperaban. Caminaría otro tanto para conseguir un taxi que la llevara por los únicos dos mil quinientos Bolívares que reunían entre los tres. Los trasladaría hasta el Hospital del Llanito, al otro lado de la ciudad capital.
Cinco ampollas de pitocín la recibirían. Maniobras de Kristeller de dos mujeres sobre ella. Una episiotomía (corte de la vagina al periné). Tres veces se orinaría encima, le reventaron la membrana con la mano. Se desgarró (la desgarraron). Y, en el Hospital no había agua. Así que tuvo, con los dolores más terribles que había sufrido en su vida, limpiarse como pudo con una esponja quirúrgica que le consiguió una enfermera.
A las diez y diecisiete parió a Moisés en la semana 37: tres kilos trescientos, cincuenta y dos centímetros, con dificultad respiratoria. Justo al salir defeca, expresión del estrés (por decir lo menos) que vivieron él y su madre, mi prima, todas las madres pobres que deciden parir en el sistema hospitalario en Venezuela.
No fue sino hasta las diez y media de la mañana siguiente, un sábado 17 de septiembre que pudimos saber qué había ocurrido con María. Doce horas después, conocer que había parido y que todo había resultado en la vida de un frondoso bebé. Mientras a ella todo le sucedía, afuera, en una banca de cemento su madre y su esposo padecían el frío de la noche caraqueña sin que un alma le informara si ella y él vivían.
María había dibujado un camino de agua desde el oeste al centro sur y luego al este de Caracas, y doce horas después de haber llegado a su pesebre la botaron de El Llanito porque en el Hospital no había agua.

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Lo otro era pagar entre 450 y 800 mil Bolívares, los precios en los que oscilaban las clínicas para entonces (septiembre 2016). Y dejemos claro que las clínicas privadas no garantizan que la violencia obstétrica no se de, sólo que da por descontado el ruleteo. Pero suceden cesáreas programadas de acuerdo a la agenda de los doctores, o casi obligantes porque conviene a las finanzas de este o aquel ginecobstetra. Las maniobras menos recomendadas, la muerte neonatal, la muerte de las madres. Pero, la vida huele a limpio, tiene sábanas nuevas, el doctor le sonríe y el papá puede llevarle flores. Porque la vida bien venida ilustra el comienzo de la lucha de clases.
Recientemente, la Red de Colectivos por el Cuidado de la Vida Tetas en Revolución evidencia que en una sola noche recibieron la denuncia de más de quince mujeres en trabajo de parto en condición de ruleteo de un centro médico a otro.
¿Qué ha pasado con la Ley de Protección y Derecho al Parto y Nacimiento Humanizado? ¿Si la Ley se aprobase, se cumpliría? ¿Qué pasa con el capítulo de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia en el que se define la violencia obstétrica? ¿Cómo llegamos al mundo? ¿Cómo se edifica la dominación? ¿Por qué seguimos pariendo en hospitales? ¿Por qué seguimos dejando nuestro cuerpo a merced del patriarcado?

El ruleteo de mujer en trabajo de parto, lo más parecido a la ruleta rusa.
Llegamos con miedo. Con miedo nos vamos.

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