Por Franco Fernández
Regresé de donde volvemos los hombres
que no están. Encontré una mujer desnuda. Su leche era negra.
Estaba acostada y cavé en ella y de su leche nos alimentamos los
muertos. Yo fui un hueso de la mano de Dios. También, un caballo de
crines blancas de crines que daban forma a las olas. Fui un caballo
sobre su pelvis y de nuestro baile, el hombre. Regresé de donde
volvemos los hombres que no están. Traigo una bolsa con oxígeno, en
el lomo llevo agua. No he comido, no he bebido. He sido un animal
salvaje sobreviviente de mí mismo ¿Qué río no sobrevive al sol?
Llevo un río en el lomo, aljibe. Una bolsa de oxígeno llevo para
abrir las puertas las piernas la boca la vida la ventana y regresar
al lugar de donde volvemos los hombres que no están. Regreso a
morder la cola a rodar la rueda a burlar la muerte. Regreso. No se
hablar la lengua de los hombres a donde llego. Si acaso me robo un
pan, el hambre ya no es lenguaje y padezco de una transparencia, que
para qué la fe. Regreso y los hombres que están ya no son hombres.
Las estatuas parecen tocar el cielo. Los niños no ríen. El culmen
ha sido alcanzado y yo quiero regresar al día en que me volaron los
dientes por gritarle al gobernador que su madre era una vergüenza
por haber engendrado un vulgar demonio. Regreso de donde volvemos los
hombres que no están y tampoco los encuentro. Empino una trenza de
la tierra a lo más alto de sus edificios. Los veo. Hormigas que
doblan la frente a los cubos. Estoy buscando mis dientes como un
ciego tantea la luz en la oscuridad. Quiero masticar el agua del
hombre y escupir la utopía escupirles la boca. Señalarles con el
dedo cambiarles el lenguaje confundir sus caminos donde nadie
colisiona. Quisiera haber regresado sin transparencias a romperle en
la cara los libros que desperdician, a descoser sus insípidas
recetas para la felicidad. Caminar sobre los bordes de su perfección
y cagarme en sus cuadros correctos. Seguir siendo un animal salvaje
de cuyas alas negras llore la humanidad, se escurra se inunde se
muera. Regresé de donde volvemos los hombres que no están. Y me
dejé caer como cebo envenenado. Nadie más que yo comió.
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