y no me iba
a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas,
entonces me
hice trotskista.
Lo que pasa
que luego, cuando estuve entre los trotskistas,
tampoco me
gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas,
y terminé
siendo anarquista [...].
Ya en
España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser
anarquista.
La
unanimidad me jode muchísimo".
Roberto
Gómez Bolaño
Es una piedra el
espejo. Una piedra de tamaño iglesia. Una no termina por mirarse en
nadie, en nada. Es como si no pudiese imaginar el mañana. El mañana
es un espejo de piedra. Hoy casi pude despertar y el amanecer se me
ha solidificado en el pecho. La realidad es una piedra y el país me
pesa. El sacerdocio de ser de este país. Los ojos del mundo sobre mi
pecho, la ventura de la piedra que desgasta el río. Los perros que
se mean en todo. El perfume de la mierda que creíamos piedra. Este
país que escribió su destino en agua. Yo no estoy hablando, ni lo
está haciendo mi mente, lo dice a diario la piedra que rueda por la
calle y arrastra los corazones. No es el lenguaje del delirio. Es
piedra. Es de noche y la noche llueve como si el corazón de piedra
de Dios se deshiciera sobre el llano corazón de piedra del mundo, la
carne del mundo, las uñas del mundo, la unanimidad del mundo, el
pobre mundo y su triste circunferencia de piedra. La enumeración de
la tierra, la coagulación, la piedra. Una masa de carne y hueso que
se reúne y se vende y se repite y me repite hasta la muerte. Me dijo
la mayor de mis hijas que le gustaría ser eterna. No pude sino
pensar que terminaría por inventar la muerte. Eterno es el
presentimiento. Este país es un presentimiento. El presentimiento de
que la mañana es de piedra y el mañana es de piedra. Una madre que
ya no siente cuando el hijo se le muere. Yo, como Bolaños, siempre
he sido de izquierda y como Bolaños he descubierto que la masa que
hace la piedra me jode muchísimo, no porque no pueda ser de la misma
carne, sino que siéndolo, el grito no cesa. El grito y la estatua
del grito. El grito que no me endereza sino que me reafirma en la
raíz, la raíz del dolor, el dolor de curso legal, el dolor y su
unanimidad. El dolor y la palabra dolor. Duele. Si la unanimidad
consiste en concluir que el más salvaje capitalismo debemos llamarlo
socialismo, si cincuenta más uno definen a este monstruo como un
sistema igualitario, en el que el pueblo organizado se hace de los
medios de producción cuando pactan con los amos de la historia, si
la mayor parte de la gente le vota a este o aquel para que hagan por
ellos el trabajo propio mientras todas y todos somos esclavizados,
entonces no quiero ser de esa ni de esta masa. Quiero que desaparezca
el que haciéndose de poder se hace de piedra y desgasta al río. Que
desaparezca. No quiero obedecer, hacer silencio, convertirme en la
masa que hace la piedra. Verne y Allan Poe nos introdujeron al centro
de la tierra, penetraron la piedra (uno para constatar el bien y el
otro para cartografiar el mal). La palabra puede y debe destrozar el
magma. El sol profundo iluminar las tinieblas de donde nace la piel
esperpéntica, la noche cerrada. El sol es también una piedra, una
que brilla, que quema. A la palabra no debe convertirle en una bola
la gravedad. Como los pájaros debe crear del barro la pluma. La
palabra tiene que romper las piedras, tocar las puertas, convocar a
deshacer todos los mundos en que lo abominable sea lo normal,
despertar a los muertos y levantar el edificio de la piedra demolida.