martes, 13 de diciembre de 2016

Gastronauta 102: Unanimidad



"Siempre he sido de izquierda
y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas,
entonces me hice trotskista.
Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas,
tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas,
y terminé siendo anarquista [...].
Ya en España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser anarquista.
La unanimidad me jode muchísimo".
Roberto Gómez Bolaño

Es una piedra el espejo. Una piedra de tamaño iglesia. Una no termina por mirarse en nadie, en nada. Es como si no pudiese imaginar el mañana. El mañana es un espejo de piedra. Hoy casi pude despertar y el amanecer se me ha solidificado en el pecho. La realidad es una piedra y el país me pesa. El sacerdocio de ser de este país. Los ojos del mundo sobre mi pecho, la ventura de la piedra que desgasta el río. Los perros que se mean en todo. El perfume de la mierda que creíamos piedra. Este país que escribió su destino en agua. Yo no estoy hablando, ni lo está haciendo mi mente, lo dice a diario la piedra que rueda por la calle y arrastra los corazones. No es el lenguaje del delirio. Es piedra. Es de noche y la noche llueve como si el corazón de piedra de Dios se deshiciera sobre el llano corazón de piedra del mundo, la carne del mundo, las uñas del mundo, la unanimidad del mundo, el pobre mundo y su triste circunferencia de piedra. La enumeración de la tierra, la coagulación, la piedra. Una masa de carne y hueso que se reúne y se vende y se repite y me repite hasta la muerte. Me dijo la mayor de mis hijas que le gustaría ser eterna. No pude sino pensar que terminaría por inventar la muerte. Eterno es el presentimiento. Este país es un presentimiento. El presentimiento de que la mañana es de piedra y el mañana es de piedra. Una madre que ya no siente cuando el hijo se le muere. Yo, como Bolaños, siempre he sido de izquierda y como Bolaños he descubierto que la masa que hace la piedra me jode muchísimo, no porque no pueda ser de la misma carne, sino que siéndolo, el grito no cesa. El grito y la estatua del grito. El grito que no me endereza sino que me reafirma en la raíz, la raíz del dolor, el dolor de curso legal, el dolor y su unanimidad. El dolor y la palabra dolor. Duele. Si la unanimidad consiste en concluir que el más salvaje capitalismo debemos llamarlo socialismo, si cincuenta más uno definen a este monstruo como un sistema igualitario, en el que el pueblo organizado se hace de los medios de producción cuando pactan con los amos de la historia, si la mayor parte de la gente le vota a este o aquel para que hagan por ellos el trabajo propio mientras todas y todos somos esclavizados, entonces no quiero ser de esa ni de esta masa. Quiero que desaparezca el que haciéndose de poder se hace de piedra y desgasta al río. Que desaparezca. No quiero obedecer, hacer silencio, convertirme en la masa que hace la piedra. Verne y Allan Poe nos introdujeron al centro de la tierra, penetraron la piedra (uno para constatar el bien y el otro para cartografiar el mal). La palabra puede y debe destrozar el magma. El sol profundo iluminar las tinieblas de donde nace la piel esperpéntica, la noche cerrada. El sol es también una piedra, una que brilla, que quema. A la palabra no debe convertirle en una bola la gravedad. Como los pájaros debe crear del barro la pluma. La palabra tiene que romper las piedras, tocar las puertas, convocar a deshacer todos los mundos en que lo abominable sea lo normal, despertar a los muertos y levantar el edificio de la piedra demolida.

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