..."Clara,
en cambio, estaba encantada con su hija. Pareció despertar de un largo
sopor y descubrir la alegría de estar viva. Tomó a la niña en los brazos
y no la soltó más, andaba con ella prendida al pecho, dándole de mamar
en todo momento, sin horario fijo y sin contemplaciones con las buenas
maneras o el pudor, como una indígena. No quiso fajarla, cortarle el
pelo, perforarle las orejas o cont
ratarle
una aya para que la criara y mucho menos recurrir a la leche de algún
laboratorio, como hacían todas las señoras que podían pagar ese lujo.
Tampoco aceptó la receta de la Nana de darle leche de vaca diluida en
agua de arroz, porque concluyó que si la naturaleza hubiera querido que
los humanos se criaran así, habría hecho que los senos femeninos
secretaran ese tipo de producto. Clara le hablaba a la niña todo el
tiempo, sin usar medias lenguas ni diminutivos, en correcto español,
como si dialogara con una adulta, en la misma forma pausada y razonable
en que le hablaba a los animales y a las plantas, convencida de que si
le había dado resultado con la flora y la fauna, no había ninguna razón
para que no fuera lo indicado también con la niña. La combinación de
leche materna y conversación tuvo la virtud de transformar a Blanca en
una niña saludable y casi hermosa, que no se parecía en nada al
armadillo que era cuando nació"...
Extracto de "La casa de los espíritus", de Isabel Allende
Extracto de "La casa de los espíritus", de Isabel Allende
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