A las mujeres se nos ha lapidado,
quemado, se nos ha dicho cómo lucir, qué pensar, cómo comer, y
hasta cómo hacer lo que, desde la primera en pisar la tierra, hizo:
parir.
Las formas fueron cambiadas cuando el
hombre decidió arrancar a otras mujeres del círculo que engendra
vida y acostarnos para mayor comodidad del médico. Desde entonces
priva el confort ajeno en nuestras cavernas.
La violencia contra la mujer cambia de
máscara, según la quema de bruja a la que se asista. Hoy, a través
de la Industria Cultural, el cuerpo femenino es blanco de la muerte,
la anorexia, la bulimia, el bisturí, la negación del cuerpo materno
y con ello la propia sexualidad, la menstruación y cualquier
organización en colectivo, que no sea para emular los patrones del
macho en sociedad.
Y también es verdad que muchas mujeres
imitamos al (nos convertimos en) macho para aspirar un poco de “su
libertad”, esclavizando nuestras mentes a la colonialidad de
necesidades construidas, incluso para el hombre. No es raro entonces
que esas mismas “libertades”, activen la ratonera.
Hay mujeres que aspiran tener el mismo
salario, el mismo poder, las mismas opciones de subyugar al otro, a
la otra, porque caemos en el juego de querer ser como, y no de
transformar desde nuestra sabiduría ancestral lo que hay que
transformar. Entonces, la igualdad, la libertad, consisten en poder
hacer lo que en otros condenamos. Así, nos transformamos en un
performance de mujer, una que está lejos de la vida, y que legitima
el trance a su propio fin.
Y si ya determinan nuestras muertes,
sería propicio empezar por cambiar el origen, la forma en las que
nacemos.
Pagamos por sufrir y por no sufrir,
también
En los hospitales y maternidades
públicas de Venezuela el parto es gratuito, sin embargo, la demanda
es altísima y obliga a muchas otras mujeres a recurrir al pago por
la atención médica.
De hecho, la institucionalidad pública
directamente confía el sistema de salud del servidor y la servidora
a empresas médicas privadas, a través de un sistema de atención
determinado por el pago de un seguro para el trabajador. Se calcula
que son 10 millones de empleados públicos atendidos por las llamadas
clínicas, en el país.
En estos establecimientos privados, el
costo de una parto vaginal es general y ligeramente más económico
que una cesárea, siendo que en él la intervención médica es
prácticamente nula, porque al final del asunto las que parimos somos
las mujeres. Entonces, la cesárea se transforma en la profecía
autocumplida para los médicos, debido a que representa mayor
ganancia, y pueden manipular los tiempos en los que literalmente
arrancan a los niños de vientre materno ¿Cuántas cesáreas puede
programar un obstetra en un día? ¡Tantas como su ambición lo
permita!
Los precios varían de una clínica a
otra. La Metropolitana, por ejemplo, puede llegar a cobrar hasta 90
mil Bolívares por un parto vaginal, La Arboleda y la Herrera Lynch
están por encima de los 50 mil. Y Las Ciencias en casi los 40 mil.
En un rápido arqueo, notamos que la tarifa más económica ronda los
30 mil Bolívares en el Centro Médico La Castellana, todos ubicados
en la capital y la llamada Gran Caracas. Ahora, ¿qué pasó con la
unificación de tarifas propuesta por la Asamblea Nacional, para
estos centros privados? Como tantas otros temas importantes ¡pura
amenaza!
Inmediatamente, algunas madres nos
preguntamos, si aquella condena de “Parirás con dolor” no sólo
se refiere al tema físico, sino y que comienza con el hecho de
cuantificar nuestros pujos en papel moneda, luego con la propia
crianza en la que pareciera que somos únicas responsables, la triple
jornada, el cuido de enfermos y personas en la etapa de la vejez, y
el largo etcétera de opresiones.
Pero, ¿tenemos que pagar para sufrir?
El consumo, como credo capitalista, nos
dice que sí. Y es que el evangelio arropa nuestro cuerpo y hasta lo
que a veces suponemos como alternativas a la cultura reinante. Se
cumple aquello de que lo contracultural también es absorbido por la
propia cultura, convirtiéndose en una expresión de más de los
mismo: El mismo parto humanizado.
Humanizado, como si en el parto no se
tratara de volver a nuestra animalidad. El hombre lo que hizo fue
robotizarlo, medicalizarlo, horizontalizarlo.
Ahora los hay para todos los gustos y a
todos los precios: Para parir en casa, en agua, con delfines, cursos
prenatales, cursos postnatales, de lactancia, para no gritar, para
gritar, para ser buenamadre, para no ser malpadre, para comerte la
placenta. El parto ancestral también convertido en producto.
¿Qué ha tenido que ocurrir para que
alguien nos diga que nuestros bebés deben estar cerquita del pecho
materno después de que coronan la vagina de la madre? ¿No es acaso
lo que venimos haciendo desde el principio de los tiempos? ¿Cuánto
de esto es culpa de la industria de fórmulas, colmillo transnacional
del capital; cuánto nuestra responsabilidad, nuestra comodidad,
nuestros miedos?
En Venezuela y el mundo se ha legislado
al respecto. En nuestro país fue noticia antes de terminar el 2014
la aprobación en primera discusión por la Asamblea Nacional del
proyecto de Ley para la Promoción y Protección del Derecho al Parto
y el Nacimiento Humanizado, presentado por la Defensoría del Pueblo,
en el que se protege el vínculo que debe prevalecer en el más
repetido de ritos de la vida. Esperamos la segunda discusión y su
aprobación como un paso contra la violencia obstétrica.
También está garantizado para la
madre el pre y postnatal que sumados son seis meses y medio, Y para
el padre catorce días. Como viene sucediéndose en la historia, la
mujer es la encargada del cuido y la ley lo que hace es normalizar lo
que la sociedad considera “natural”.
Asimismo, la Ley de Promoción y
Protección de la Lactancia Materna determina el resguardo hacia la
madre y el lactante, garantizados por el Estado venezolano.
Ahora bien, como de costumbre el rigor
de una Ley merma en su incumplimiento. Cuántas madres, cuántos
padres guardan (como se guarda un auto en el estacionamiento) a su
neonato entre barrotes, llamados “Cuidados diarios”,
“Guarderías”, o “Maternales” ¿Cuántas pueden amamantarlos?
En esa separación obligada por los ritmos de este maremoto llamado
tierra, el comienzo de la violencia.
Después, la vida del niño continúa
en un rectángulo de cemento, que prepara las ovejas y gradúa
consumidores, que se encarga de vigilar, clasificar, de premiar y
castigar nuestra adaptación a este sistema, la escuela.
La forma en la que nos obligan a parir
(luego a sobrevivir) sólo es el comienzo de una larga enfermedad.
Voy a parir en casa
Mamá, que ha alumbrado cinco seres, me
llama angustiada unas 10 veces al día para preguntarme siempre lo
mismo ¿Estás segura? Ella que recibió a su hermana menor, cuando
solo tenía once años, y en la sala de su casa. Ella, que sabe que
crear y criar comportan esa doble cualidad mitológica de divinidad y
humanidad, ella tiene miedo.
¿Cómo no va a tenerlo? Si se nos ha
enseñado a desconfiar de un mecanismo hecho para engendrar y
perpetuar nuestro paso por el mundo ¿Cómo no? Sino es mentira que
cuando parimos, la vida y la muerte se saludan en el aro de fuego
¿Cómo no? Si cuando parimos podríamos traer al mundo otro miedo.
Acá, una oración de Mónica
Manso que me envía Yoya, la madretierra-partera que nos acompaña:
“Se parir como parieron las mujeres
que me precedieron. Mi madre, mi abuela, mi bisabuela, mi
tatarabuela, y así hasta la primera mujer. Lo llevo grabado en mis
células, es su legado. Mi cuerpo sabe parir, como sabe respirar,
digerir, engendrar, andar. Está perfectamente diseñado para ello;
mi pelvis, mi útero, mi vagina, son obras de ingeniería al servicio
de la fuerza de la vida. Yo soy "la que sabe" y" la
que sabe" me susurra: cabalga la energía de las contracciones,
como si fuera el éxtasis, loba, leona, hiena, yegua, zorra, gata,
pantera”. Empodérate; perdonándolo todo. Y conviértete en canal.