viernes, 3 de agosto de 2012

Corazón de soplo

Hoy me acompañan las canciones de mi infancia, los recuerdos de las conversaciones confidenciales con mi tío Dante y los silencios respetuosos de mi padre.

Memorizo algunos fotogramas que venero.

Tiraba las muñecas para construir con desechos -de todo tipo- edificaciones surreales, conversaba con las más grandes y escuchaba con atención la cháchara de las "mayores" a expensas de los regaños de mi madre; trepaba los mangos y raspaba mis rodillas, rompía los vestidos cada que me fajaba a pelear, a correr Mume arriba. 

Le barría el patio y la casa a la abuela; regaba con agua el suelo de tierra para no levantar polvo, mientras ella montaba café y sonaba -casi siempre- al fondo Juan Gabriel. "Tú eres la tristeza ay de mis ojos..." ¿Quién no ha bailado con la escoba?

Mi tía Maritza, quien sufrió una Meningitis durante 47 años, nos perseguía a Gabriela, a Mari, a Sol y a mí con una pantufla, y nosotras disfrutábamos correr a escondernos, ella a encontrarnos para nalguear.

Nos aterraba el cuarto de los santos de la abuela. Era oscuro y apenas lo alumbraba una velita cuando alcanzaba a comprarla. No tenía puerta, sólo una cortina que bailaba con el roce de nuestras carreras. 

Siempre que pasaba por ahí, apretaba los ojos y sentía un dolorcito entre las tetillas.

Recuerdo que un día me dio un "ataque de parásitos" según la abuela y me llevó al pieza de los yesos y "santo remedio", como decía ella.

Llegó el día en que el vientre me derrotaba y las manos de Amalia se calentaban como plancha e' chino en aceite para frotarme bajo la cicatriz y devolver los dolores a su sitio. Mi vieja y sus manos santas.
Ya más grande, me acechaba la pregunta dantesca de costumbre "¿Cómo estás? ¿Cómo está el corazón?" y la respuesta más o menos invariable se escapaba de mis labios casi automáticamente. "Bien, tío... el corazón de soplo".
Recordaba que nací con el viento en el pecho.

Deseaba que mis compañeros se parecieran a mi padre y a mi tío Dante, una especie de humanoide, súper-héroe, evolucionado. Pero crecí y me convertí en ellos: defectuosa, manca, pero venturosamente humana, mitad mujer, mitad monstruo.
Hay cosas que deben guardarse bajo la llave de la sangre, pero yo comparto trazas de mi ombligo.
Una de esas "cosas" es "De cartón piedra", la historia de un amor entre un caminante y un maniquí.
La otra me robó las lágrimas antes de que -incluso- aprendiera a llover; suplantó los cuentos para dormir: "Benito", la vida de dos hombres que descansaban el sueño bajo un puente... "perdona que te deje, sigue creciendo el río".

Ambas canciones son del Barcelonés Joan Manuel Serrat.
Aquí las re-recuerdo


De cartón piedra
Era la Gloria vestida de tul
con la mirada lejana y azul
que sonreía en un escaparate
con la boquita menuda y granate,
y unos zapatos de falso charol
que chispeaban al roce del sol.

Limpia y bonita. Siempre iba a la moda.

Arregladita como pa' ir de boda.

Y yo, a todas horas la iba a ver

porque yo amaba a esa mujer
de cartón piedra,
que de San Esteban a Navidades,
entre saldos y novedades,
hacía más tierna mi acera.

No era como esas muñecas de abril

que me arañaron de frente y perfil.
Que se comieron mi naranja a gajos.
Que me arrancaron la ilusión de cuajo.
Con la presteza que da el alquiler,
olvida el aire que respiró ayer.

Juega las cartas que le da el momento:

"mañana" es sólo un adverbio de tiempo.

No, no. Ella esperaba en su vitrina

verme doblar aquella esquina...
Como una novia,
como un pajarillo, pidiéndome:
"libérame, libérame...
y huyamos a escribir la historia".

De una pedrada me cargué el cristal

y corrí, corrí, corrí con ella hasta mi portal.
Todo su cuerpo me tembló en los brazos.
Nos sonreía la luna de marzo.
Bajo la lluvia bailamos un vals,
un, dos, tres, un, dos, tres... todo daba igual.

Y yo le hablaba de nuestro futuro,

y ella lloraba en silencio... os lo juro.

Y entre cuatro paredes y un techo

se reventó contra su pecho
pena tras pena.
Tuve entre mis manos el universo
e hicimos del pasado un verso
perdido dentro de un poema.

Y entonces, llegaron ellos.

Me sacaron a empujones de mi casa
y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas,
donde vienen a verme mis amigos
de mes en mes...,
de dos en dos...,
y de seis a siete...





Benito
Al verle caballero, le dije aquí al Benito:
"...Ese es de los que nunca niega una ayuda..."
No deje que le engañe mi abrigo descosido...
Paso por una racha negra y peluda

pero tengo mi casa, no soy un muerto de hambre,
sólo que últimamente ya no la empleo.
No soy como el Benito... Tengo familia, sabe,
aunque hace mucho tiempo que no les veo.

Si es su gusto invitarme tomaré una copita...
Hace un frío que pela por esas calles.
Acércate Benito, el caballero invita...
Ponga dos de lo mismo y Dios se lo pague.

Tanto tienes, tanto vales
y pare usted de contar.
Hoy respiramos,
mañana dejamos
de respirar.


Como le iba diciendo, fue el cabrón de mi yerno
el que me buscó la ruina y les comió el tarro
a toda la familia... Que si esto, que si aquello...
Mentiras, se lo juro... ¿Me invita usted a un cigarro...?

La gente, jefe, es mala y el mundo, un desatino.
Mire, sin ir mas lejos, este sujeto
vendería a su madre por un cartón de vino.
¡Siéntate aquí Benito y estáte quieto!

¿Otra copita...? Bueno. ¡Por la gente rumbosa!
Este clarete abre el apetito.
¿No le apetecería comer alguna cosa...?
El cuerpo lo agradece. ¿Verdad Benito...?

Despiértate Benito... Se nos mojó la leña
y así no hay quien encienda un fuego decente.
Baja crecido el río... Ya cubre hasta las peñas...
Tendremos que mudarnos bajo otro puente.

¿Sabes Benito? anoche, tuve un sueño virguero.
Me la pasé de charla y tomando copas
en un sitio divino, con todo un caballero
y tú también venías Benito... Y había sopa

y gambas y chuletas y alubias con chorizo
y café, copa y puro... Como en los buenos tiempos
¿Benito... No me escuchas...? ¿Qué te pasa Benito...?
No vayas a morirte. No me hagas eso.

Y pare usted de contar...
Hoy respiramos,
mañana dejamos
de respirar.

No creo que te importe que encima de los míos
me ponga para siempre tus calcetines.
Al fin y al cabo, amigo, tú ya no tienes frío.
Perdona que te deje, sigue creciendo el río.


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