domingo, 19 de agosto de 2012

Discurso al Alimón sobre Rubén Darío

Lorca y Neruda en una fiesta en Baires, 1934
Por Federico García Lorca y Pablo Neruda
Neruda:
Señoras...
Lorca:
y señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada "toreo al alimón" 
en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.
N.:
Federico y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear y 
a responder esta recepción muy decisiva.
L.:
Es costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su palabra 
viva, plata o madera, y saluden con su voz propia a sus compañeros 
y amigos.
N.:
Pero nosotros vamos a establecer entre vosotros un muerto, 
un comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte 
más grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien 
fuera en su hora marido deslumbrante. Nos vamos a 
esconder bajo su sombra ardiendo, vamos a repetir su 
nombre hasta que su poder salte del olvido.
L.:
Nosotros vamos, después de enviar nuestro abrazo con 
ternura de pingüino al delicado poeta Amado Villar, 
vamos a lanzar un gran hombre sobre el mantel, 
en la seguridad de que se han de romper las copas, 
han de saltar los tenedores, buscando el ojo que 
ellos ansían y un golpe de mar ha de manchar los manteles. 
Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y de España: Rubén...
N.:
Darío.Porque, señoras... 

L.:
y señores...
N.:
Dónde está, en Buenos Aires, la plaza de Rubén, Darío?
L.:
Dónde está la estatua de Rubén Darío?
N.:
El amaba los parques. Dónde está el parque Rubén Darío?
L.:
Dónde está la tienda de rosas de Rubén Darío?
N.:
Dónde esta el manzano y las manzanas de Rubén Darío?
L.:
Dónde está la mano cortada de Rubén Darío?
N.:
Dónde está el acento la resina, el cisne de Rubén Darío?
L.:
Rubén Darío duerme en su "Nicaragua natal" bajo su espantoso 
león de marmolina,  como esos leones que los ricos ponen en 
los portales de sus casas.
N.:
Un león de botica, a él, fundador de leones, un león 
sin estrellas a quien dedicaba estrellas.
L.:
Dio el rumor de la selva con un adjetivo, y como fray 
Luis de Granada, jefe de idioma, hizo signos estelares 
con el limón, y la pata de ciervo, y los moluscos llenos 
de terror e infinito: nos puso al mar con fragatas y sombras 
en las niñas de nuestros ojos y construyó un enorme paseo
de Gin sobre la tarde más gris que ha tenido el cielo, 
y saludó de tú a tú el ábrego oscuro, todo pecho, 
como un poeta romántico, y puso la mano sobre el 
capitel corintio con una duda irónica y triste, de todas las épocas.
N.:
Merece su nombre rojo recordarlo en sus direcciones 
esenciales con sus terribles dolores del corazón, 
su incertidumbre incandescente, su descenso a los hospitales del infierno, 
su subida a los castillos de la fama, sus atributos de poeta grande, 
desde entonces y para siempre e imprescindible.
L.:
Como poeta español enseñó en España a los viejos maestros 
y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad 
que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán y 
a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz 
fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. 
Desde Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo 
no había tenido el español fiestas de palabras, choques 
de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. 
Desde el paisaje de Velázquez y la hoguera de Goya 
y desde la melancolía de Quevedo al culto color manzana 
de las payesas mallorquinas, Daríó paseó la tierra de España 
como su propia tierra.
N.:
Lo trajo a Chile una marea, el mar caliente del Norte, y lo dejó allí el mar, 
abandonado en costa dura y dentada, y el océano lo golpeaba 
con espumas y campanas, y el viento negro de Valparaíso 
lo llenaba de sal sonora. Hagamos esta noche su estatua 
con el aire, atravesada por el humo y la voz y por 
las circunstancias, y por la vida, como ésta su poética magnífica, 
atravesada por sueños y sonidos.
L.:
Pero sobre esta estatua de aire yo quiero poner su sangre como 
 un ramo de coral, agitado por la marea, sus nervios idénticos 
a la fotografía de un grupo de rayos, su cabeza de minotauro, 
donde la nieve gongorina es pintada por un vuelo de colibrís, 
sus ojos vagos y ausentes de millonario de lágrimas, 
y también sus defectos. Las estanterías comidas ya por los jaramagos, 
 donde suenan vacíos de flauta, las botellas de coñac 
de su dramática embriaguez, y su mal gusto encantador, 
y sus ripios descarados que llenan de humanidad 
la muchedumbre de sus versos. Fuera de normas, 
formas y escuelas queda en pie la fecunda substancia de su gran poesía.
N.:
Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos 
la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra 
que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada
a la tierra argentina que pisamos.
L.:
Pablo Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en 
el idioma y en el gran poeta, nicaragüense, argentino, 
chileno y español, Rubén Darío.
N.: y L.:
Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
(Publicado en El Sol, Madrid, 1934)
  

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