domingo, 17 de julio de 2016

PON 36


LAS PIEDRAS
Por Arturo Gutiérrez Plaza (Venezuela)

De las piedras se habla con envidia,
quizás, porque ellas no hablan.
No fruncen el ceño
y aparentan desatender
lo que a su alrededor acontece.
Obviamente, todo esto es mentira.
No vuelan, pero enseñan a los pájaros a volar.
Se detienen en los abismos, al pie
de los puentes, al margen de los ríos
y desde allí advierten como anónimos vigías
los peligros de sostenerse en el aire.
Cultivan además varias lenguas sin poseer ninguna.
Su arte está en hablar por boca de otros.
El aire las recuerda cada vez
que los páramos silban en el viento.
Y los ríos, cuando nos adormecen
con su insaciable ronquido.
Si se agrupan lo hacen
como gesto fraterno, pues odian la soledad.
De ellas se escribe siempre
para hablar de otra cosa.
Su aparente mudez
es tan solo una licencia que Dios les da,
pues así nos interroga.

---
Cuento:

LAQ'TAXANAXAQ CARCOTEPI ITOXOSHEC: HISTORIA DE LOS ANTIGUOS
Por Pablo Gramajo (Argentina)

La tarde se remolineaba, maquillando de marrón tierra al monte, era invierno, agosto, el verano andaba pispiando estas fronteras, Humberto mientras me pasa el mate suelta – una vez mi abuela se había ido a la cosecha, en aquel tiempo, iban a burro, se habían parao a descansar en Palma Sola, ese día contaba mi abuela, había muchos mosquitos, y no podían descansar la gente, hasta los burros estaban inquietos, contaba mi abuela, que ese día el Pioxonaq (curandero) decide llamarlo a Cosorot (Gran Espíritu) y ese día Cosorot se ha hecho presente, exigiéndole al “espíritu de los mosquitos, que lleven todos los mosquitos” . El Pioxonaq, Cosorot, y el Espíritu de los mosquitos, se habían puesto de acuerdo.
La tarde se iba destiñendo de un anaranjado poniente, y Humberto sigue – ese día, me había contado mi abuela, habían podido dormir bien. – Mi abuela también era pioxonaq.
Ya no se lo escucha al zorzal, ni al hornero, ya la noche va a triunfar, colgando a la luna, en alguna rama del algarrobo desvestido.

---

Libro:
Quizá, por mi formación anarquista, he sido siempre una especie de francotirador solitario, perteneciendo a esa clase de escritores que, como señaló Camus: “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”. El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana. Debe prepararse para asumir lo que la etimología de la palabra testigo le advierte: para el martirologio. Es arduo el camino que le espera: los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado, pero deberá sostenerse con uñas y dientes. De no ser así, la historia de los tiempos venideros tendrá toda la razón de acusarlo por haber traicionado lo más preciado de la condición humana.
Sábato, Ernesto. ANTES DEL FIN, (1.998)
---
Trino:
Bien entrada la noche buscábamos el cielo en los follajes
y el fuego se quebraba lamiendo enormes piedras
Ramón Palomares



No hay comentarios:

Publicar un comentario