sábado, 8 de septiembre de 2012

Ánfora

Por Indira Carpio Olivo

Alimentaba a los habitantes de la pecera, al lado del ascensor, con los restos de su esposo muerto. Eran las cuatro de la mañana cuando, coleto en mano, lustraba los pisos.
“Buenos días, señora”. “Buenos días, que sucio que está todo ¿No?”, inquiría tan bajito como si rezara el rosario.
Yo, asomaba el ojo por el orificio de la puerta y miraba el ritual.
Después de regar las cenizas, recurría a diez tipos de detergentes para depurar los alrededores del largo pasillo. Una vez terminara se instalaba al lado de las escaleras a esperar a la bedel de turno para reclamar lo mal que hacía su trabajo. “Mira estas telarañas”, protestaba.
Las muchachas encargadas del aseo del edificio le tenían inquina. La señora no subía al mismo ascensor que ellas y a menudo las amonestaban por sus quejas.
Un día, iba de camino al trabajo y la señora me invitó a que mirara su orquídea. A mi me dio miedo entrar, pero temía más que se diera cuenta de que sabía qué hacía.
Paredes, muebles, cocina, sábanas, cortinas, flores, todo era de un blanco perfecto. Fue entonces como pude determinar el frasco. Rojo sangre ocupaba el centro de la mesa. Estaba abierto. A su lado reposaban un plato, una cucharilla y un vaso con agua.
Rápidamente inspeccioné a la señora y me detuve en las areniscas alrededor de sus labios. No pude disimular y ella se dio cuenta de que me di cuenta.
Me dijo “si, es verdad”. 
Yo, tragué saliva y me despedí. 
Cerró la puerta y me miró por el ojo mágico.

La verdad. Como los peces, ella cebaba todas las mañanas los despojos de su marido muerto hace un par de años por una septicemia. 

Donde hubo fuego... Ánfora.



1 comentario:

  1. que bonito cuento, excelente la narracion y las palabras las justas. Ademas me gusto la imagen inicial, de la pelicula Los Pajaros de Alfred hitchcock. Te felicito

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