jueves, 23 de febrero de 2012

El sueño, la trampa


Por Indira Carpio Olivo/ indiracarpio@gmail.com/ @icarpio
Coincidimos las 4: sin empleo. Así pasó que decidimos irnos al sur. Teníamos dónde llegar: la casa de una amiga. El viaje transcurrió sin mayores referencias; nos dormimos si, soñamos también.
Al descargar las maletas en la entrada del edificio de nuestra amiga en común se abrieron las puertas. Subimos 9 pisos que, con mochila en hombros, se duplicaron.
Al pisar el escalón número 179 no nos funcionaba ningún tipo de esfuerzo para respirar. Nos sentamos y cuando recuperamos el color, le pregunté a la mayor de nosotras por qué se le ocurría a la gente sacar los cajones de los aire acondicionado hacia las escaleras.
En un acto didáctico, la mayor de todas se subió a un artefacto de esos para hablar del individualismo y cayó por el hoyo contiguo, 9 pisos abajo. No podíamos creerlo. La menor de nosotras reía nerviosamente, mientras la otra y yo, llorábamos y gritábamos.
Me asomé en el hueco donde cayó la mayor y sólo había oscuridad y una espiral de un grito asfixiado que me explotó en la cara, largándome hacia atrás. Caí de golpe, sólo para enfocar a través del caracol de escaleras a una señora de unos sesenta y tantos años de edad subiendo de puntitas, agarrada del pasamanos del piso número 7, con una pistola de tres balas, en las que se inscribía el nombre de cada una de las sobrevivientes.
No sabíamos cómo pasar a la casa anfitriona. Antes de que la mayor cayera, incluso antes de ver a nuestra anciana agresora, no hubiésemos intentado entrar. Pero ahora se nos iba la vida en ello.
Tampoco pensamos en subir más escalones. Las emociones se concentraron en abrir la puerta con un alfiler. Cosa que la otra logró, después de la primera bala contra la menor de todas.
Al entrar, cerramos la muralla con una llave, que muy bien podría haber sido el hazmerreír de su gremio. Tan pequeña era que no servía ni para cerrar un diario.
La otra fue golpeada por una bala en el ojo derecho, mientras intentaba girar por vez número dos la llave mínima.
Yo, corrí hasta el último cuarto y cuando abría la puerta, en la pared estaba dibujado con detalle, desde el desempleo hasta la muerte de la otra. Sólo faltaba que me diera vuelta para encontrar la mía.

[Éste es el cuento de un sueño con mis amigas Rebeca Castellanos, Vanessa Gutiérrez y Yurleis Infante]



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