Por Indira
Carpio Olivo/ indiracarpio@gmail.com/ @icarpio
Coincidimos
las 4: sin empleo. Así pasó que decidimos irnos al sur. Teníamos
dónde llegar: la casa de una amiga. El viaje transcurrió sin
mayores referencias; nos dormimos si, soñamos también.
Al
descargar las maletas en la entrada del edificio de nuestra amiga en
común se abrieron las puertas. Subimos 9 pisos que, con mochila en
hombros, se duplicaron.
Al
pisar el escalón número 179 no nos funcionaba ningún tipo de
esfuerzo para respirar. Nos sentamos y cuando recuperamos el color,
le pregunté a la mayor de nosotras por qué se le ocurría a la
gente sacar los cajones de los aire acondicionado hacia las
escaleras.
En
un acto didáctico, la mayor de todas se subió a un artefacto de
esos para hablar del individualismo y cayó por el hoyo contiguo, 9
pisos abajo. No podíamos creerlo. La menor de nosotras reía
nerviosamente, mientras la otra y yo, llorábamos y gritábamos.
Me
asomé en el hueco donde cayó la mayor y sólo había oscuridad y
una espiral de un grito asfixiado que me explotó en la cara,
largándome hacia atrás. Caí de golpe, sólo para enfocar a través
del caracol de escaleras a una señora de unos sesenta y tantos años
de edad subiendo de puntitas, agarrada del pasamanos del piso número
7, con una pistola de tres balas, en las que se inscribía el nombre
de cada una de las sobrevivientes.
No
sabíamos cómo pasar a la casa anfitriona. Antes de que la mayor
cayera, incluso antes de ver a nuestra anciana agresora, no
hubiésemos intentado entrar. Pero ahora se nos iba la vida en ello.
Tampoco
pensamos en subir más escalones. Las emociones se concentraron en
abrir la puerta con un alfiler. Cosa que la otra logró, después de
la primera bala contra la menor de todas.
Al
entrar, cerramos la muralla con una llave, que muy bien podría haber
sido el hazmerreír de su gremio. Tan pequeña era que no servía ni
para cerrar un diario.
La
otra fue golpeada por una bala en el ojo derecho, mientras intentaba
girar por vez número dos la llave mínima.
Yo,
corrí hasta el último cuarto y cuando abría la puerta, en la pared
estaba dibujado con detalle, desde el desempleo hasta la muerte de la
otra. Sólo faltaba que me diera vuelta para encontrar la mía.
[Éste
es el cuento de un sueño con mis amigas Rebeca
Castellanos, Vanessa Gutiérrez y Yurleis Infante]
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