“Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual” |
Por Indira Carpio Olivo (*)/ indiracarpio@gmail.com/ @icarpio
Cojo la peluca, reviso la de cuero y saco unos cuantos miles. De camino a la puerta le miro tendido en sus fauces, derramado sobre la cama. Es verde, verde como el papel moneda, verde nauseas. Y me miro verde, mis poros se vuelven tibios y mis pies tensos, tercos. Le miro.
De camino a la puerta atravieso una montaña de cenizas, cigarrillos que vuelven la atmósfera gris, una atmósfera plomiza que tiñe de negro mi mente, que vuelve mis dientes mohosos. Le miro.
De camino a la puerta seco la sangre, de camino olvido el camino y no hay paso que me sostenga. Las sábanas rojizas envuelven mi lengua. Un río de saliva resbala entre piernas. Le miro.
De camino a la puerta la muerte está oculta. Encima de la cama un reloj gigante indica que mis manos no soportan más amarre, ni mi cuerpo otro azote. El embate de las agujas acelera mis lágrimas. Me pierdo en su ombligo, oceáno de sudor, me extravío en su piel y le miro.
De camino a la puerta cierro mis ojos, les nublo y no veo nada, no pienso nada, no puedo imaginar. Mis ojos golpeados por una bandada de puños decidieron no ver más, mis ojos cómplices de la sangre, acompañantes silentes de mis gritos, mis ojos cansados decidieron cegarme y aun juntando mis párpados le miro.
Salgo. Detrás de la puerta no hay camino, deámbulo entre la nada. He decidido dejar la corona, es pesada. La noche es el reino donde no se haya príncipe alguno. He decidido que los azules no combinan con mi piel amarilla, he decidido no soñar, no se me es permitido. Mientras tanto la calle se hace amplia y les miro.
*Texto realizado el 12 de diciembre de 2006
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