sábado, 13 de diciembre de 2014

Gastronauta 16: Dulce lechosa

La lechosa es esa que se da casi en cualquier terreno, en toda época del año, esa que mientras las demás frutas suben de precio se mantiene o sigue siendo tan económica que es posible comprarla de a mucho e incluso dejarla perder, la misma a la que le cambiaron el nombre cuando “papaya” se usó para referirse a las partes “nobles” de la mujer.
La lechosa verde, madura. La lechosa.

Amalia en dulce
Llega la navidad. Después de desconchar las más jojotas que conseguía, la abuela las pica en tajadas, ni muy finas ni muy gruesas. Las pela con cuidado. Procura no mancharse con la leche que se desprende del rabo.
Las pone al sereno día y noche para terminar por ablandarlas en panela a la mañana del día siguiente. Nosotras revoloteamos como abejas en la miel.
Ella, nos espanta a recogernos los cabellos, no vaya a ser que le dañemos el cristal.
Así todas, “entrapamos” la cabeza con los más improvisados turbantes.
Para ablandarlas mejor, las remoja en bicarbonato durante cinco minutos, las escurre mientras la olla humea al calor.
Es el acero habitual, tiznado en el tiempo, abollado por falta de estante, amoldado al hervor de sus manjares, al calor de sus olores, sus dolores, sus partos.
Al almíbar de su papelón no le hacía falta agua, el jugo de las lechosas, unos cuantos clavitos de especie y un toquecito de guayabita eran suficientes para dejar al dente las lonjas de “mapaya”, como le llamaban los indígenas antes de que Colón hiciera los desguaces históricos correspondientes.
La cocción dependerá de la cantidad de lechosas al fuego, de unas tres horas hasta constatar la consistencia y el cristalino del dulce.
La otra parte de la preparación es lidiar con nuestra impertinencia: ¿Abuela, ya va a estar? ¿Abuela, abuela? Amalia llevaba un vestido, siempre de vestido nunca pantalón. Abajo, un fondo y nunca sostén. El caso es que la falda la prefería con bolsillos para llevar los cigarros. De allí mismo, sacaba un placebo para calmarnos, pero no daba en el blanco sino unas cuantas lágrimas de sus nietos después. El ingrediente secreto del dulce de lechosa de mi abuela reposaba en nuestras ganas y la lenta cocción de su papaya.

La lechosa vuela
No es casualidad que a la vagina le mentaran papaya, según por sus formas. Tampoco es por carambola que en la Venezuela falocéntrica decir papaya es decir fácil ¡Qué papaya!
Pero, cambiar su nombre al de lechosa no niega la genitalidad.
Alguna mujer rezuma un fluido lechoso durante el orgasmo, incluso con tanta o más potencia que un hombre. Se dice que la eyaculación de una mujer llegó a los tres metros de distancia. Como en el dulce no hace falta que le añadan, su propio hervor burbujea en caramelo y subleva la carne.

J.A. Díaz dice en su libro Agricultor venezolano, escrito en 1861 que “esta planta es ansiosa de aire libre y de la luz más que otras, si nace en el bosque o encerrada entre paredes, se estira y eleva de una manera increíble”.

En mi casa siempre hay lechosa. Bien sea por la papaína para facilitar la digestión, o como presencia de mi abuela, que al día de hoy, hacen tres diciembres, nos legó las cantidades exactas para que cada cual diera paleta a su propio manjar, y fuera rocío en pleno vapor.

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