miércoles, 3 de diciembre de 2014

Gastronauta 15: Verde, propiedad privada

Como a las brujas, arrinconan el árnica, la sábila, el anís estrellado y a cientos de plantas más. Se les acusa de magia verde, una que amenaza con desmoronar el castillo de naipes construido por las grandes farmacéuticas mundiales.
Los estados-gobiernos-empresas (redundancia) reúnen las ramas para la fogata y cantan en círculo —a conveniencia— el coro de la legalización. La trampa consiste en proscribirlas para luego patentarlas, sino miremos la escena mundial que se teje alrededor de la marihuana.
Incluso el expresidente mexicano Vicente Fox se pronunció a favor de la Santa María. Y cuando alguno de los títeres del establishment levanta la mano por alguna causa, una como buena oveja negra debe descarriar el paso del pastoreo mundial.
Precisamente, es México uno de los países que ha decidido censurar el uso de la medicina natural por su pueblo, uno que por cierto ocupa el cuarto lugar en el mundo en el uso de yerbas para mejorar la salud.

La trampa
¿Acaso para legalizar algo no debe aceptarse que es ilícito?
"Lo prohibido por la ley a causa de oponerse a la justicia, a la equidad, a la razón, o las buenas costumbres. Ilegal. Inmoral. Contrario al pacto obligatorio".
Siendo el término una construcción social, ¿cómo puede aplicarse a ese algo que crece sin permiso, y a pesar de la mano humana? ¿A quién enjuiciamos, sino a la naturaleza y esa parte de nosotros que vuelve a ella?
La trampa consiste en pedir permiso "para", y comerciarlo, dar a cambio el tiempo de su trabajo, traducido en un papel —llamado billete—, privándose de vivir.
Debe usted negar la historia y la prehistoria, la evolución de la mano y el paladar, arropar la experiencia trascendida en la palabra, comprar lo que antes pudo sembrar y cosechar, y acelerar la marcha a la reducción de nuestros cuerpos a un chip, uno más en el montón de chatarra que llamamos humanidad.

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Resistencia
Como el amaranto, el yagé es símbolo de ancestralidad. Su medicina agita los montes en los que crecen y son segadas. Vuelven por nosotros como el milagro, reventando el asfalto, haciendo grietas.
Ellas crecen de su cuenta.
Calzadilla se burla de nosotros los que creemos que sembramos:
"Su crecimiento es una acción pasada (...). Todo sucede sin que te enteres. ¡Y todavía tienes el coraje de creerte dueño del jardín!".
Su vitalidad acumulada, su sabiduría viene al mundo con propósito y para ello no firma autorizaciones.
El restablecimiento del equilibrio corporal, asunto del bledo, pira o amaranto —como quiera llamarle— es foco para que haya querido desaparecérsele durante los tiempos en los que cabalgó la colonia y corcovea la industrialización. Pero no pudo el invasor y no ha podido el veneno transgénico contra la yerba Caracas.
La excitación de los estados de conciencia corresponde a la ayahuasca. ¿Qué sociedad quiere un ser consciente de sí y de su entorno, si en el adormecimiento consiste el juego?
El enredo con el yagé consiste en recurrir a él para el escape y no para el encuentro. Hemos sabido de fiestas en el este caraqueño en las que niños de sociedad mezclan el producto de la planta con drogas químicas para alcanzar experiencias mortales en mente y cuerpo.
La verdad parece estar en el equilibrio. No podemos endiosar ni subvalorar la rama. La composición química de lo que somos puede corroer o recomponer.
La resistencia se mengua una vez se distorsiona el propósito y eso no lo hace la planta.

Caminos
Las veredas de este mundo se achican en manos de los prohibidores y se agigantan en las venas de la savia verde, pequeña muestra de que los caminos no nos pertenecen y nuestras vísceras abonan la tierra.
Al decir del poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson, "hay una cualidad en el horizonte de la que ningún hombre es dueño".
Prohibir consiste en poseer. No en balde la comunión de dos palabras que edifican este sistema: propiedad privada.
No podemos alambrar, amurallar la vida misma, ni queriendo. Ella desborda y da la vuelta a la media con el mundo cada tanto y donde quiere.
Cada hoja es un lugar y una sobre otra, la montaña, nuestro vientre, la ve invertida.
"El lugar a habitar, es la vida también, en una forma anterior, porque primero fue el lugar como vida, luego la vida vino a pasear el lugar", recuerda Pablo Gramajo.
No niega la naturaleza la verdad. Podríamos mirarnos en ella para abandonar la norma, destruirla y volver a la génesis: quien ignore la naturaleza ignorará la política, sentenció Montesquieu al referirse a nuestras fuentes.

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