Los murciélagos se esconden tras las cornisas del almacén. ¿Pero dónde se esconden los hombres, que vuelan la vida entera en la oscuridad, chocando contra las paredes blancas del amor? La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos colgados, como luminarias, de las viejas vigas que apuntalaban el tejado amenazado por las lluvias. "Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba mi padre. ¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese mamífero que, como él, se nutre de la sangre de los otros animales (¡hermano mío! ¡hermano mío!) y, comunitario, exige el sudor de su semejante aun en la oscuridad? En el halo de un seno joven como la noche se esconde el hombre; en el algodón de su almohada, en la luz del farol el hombre guarda las doradas monedas de su amor. Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el día ofendido. Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí) su casa donde de noche llovía por las tejas rotas. Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos. Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros.
(*) Ivo, periodista, poeta, nvelista, cuentista, cronista y ensayista brasileño.
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