martes, 9 de septiembre de 2014

LA CASA, Por Gino González

Hace un par de días un amigo me envío, con especial dedicatoria este escrito de Gino.
Esta mañana lo leí. Me sonrió y yo le devolví el gesto de inmediato.
Me cuenta Gino, como el sabe hacerlo, cómo es mi casa materna y la de tantos.
El hogar puede ser incluso esa sonrisa, un suspiro, también el ingenio puede serlo.

Abajo el arriba:

De paredes rayadas con garabatos infantiles y objetos susceptibles a ser rotos por esa curiosidad.

Con una tinaja repleta de brisa para el sediento. Donde se prefiera los utensilios de arcilla, de madera o de tapara y un mueble, además de la establecida, cumpla la función que tú le des. Una sala o un corredor de helechos colgantes junto a un chinchorro amistoso. De árboles colectivos para el sancocho, la partida de truco o dominó y con los brazos abiertos al caminante. De ser posible un roble, un guayacán o un cotoperí o cualquiera junto al conejo y el cachicamo porque para construir esa casa no hizo falta agredir indiscriminadamente al monte.

Bendita por el frijol, la auyama y la ensalada. Sin jaulas ni peceras, pero con gallinas y sartenes dispuestos. Con mariposas y tucusitos en las flores y pájaros entrando y saliendo de ella con naturalidad y que pasen también las hojas secas riendo con el viento desde el patio hasta el horizonte. Con madrugadas de gallos, de sapos y de grillos y desvelos sin tormentos. Con matas de sábila, ajises, culantro y albajaca. Donde en el día las ventanas retraten al cielo azul con su sombrero de nubes y al sol de los limones, y en la noche, se apaguen las lámparas para recibir las tinieblas, los luceros o la luna. Tibia en el invierno y fresca en el verano. Calle de muchachada bañándose bajo la lluvia y jugando metras o saltando la cuerda en el solazo.

Optimista en la partida y estimulante en el regreso para partir de nuevo. Liviana, que no encorve, no arrodille ni pese en el camino. Destruible cuando sea insoportable. Ligera, para que en la ausencia definitiva o en el asalto final, otros puedan habitarla, derribarla o reconstruirla a su antojo hasta sin tomar en cuenta sus bases. Simple como el rocío y la alpargata, la cueva de las hormigas o el nido del alcaraván. Con una cesta de frutas tomadas del solar.

Con fantasmas ingenuos y duendes de alegría. Con un espacio para la conversa, el canto, el palpitar de la guitarra y el silencio oportuno. Elemental, sin el confort esclavizante. Libre de ídolos eléctricos y altares de acero. Que viva en mí y viva en ella y no me desviva. Sin barricadas ni trincheras ni muros arrogantes. Sin puentes levadizos ni columnas de hierro. Donde el barro y el cemento no sean enemigos. Capaz de marcharse con el ventarrón un día.

Es tan fácil como sembrar una semilla y tan maravilloso como el nacimiento de una mata.

Casa de mi amigo José Roberto, un sueño compartido

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