jueves, 1 de mayo de 2014

Gastronauta 6: Paneles, panelas, terrones


Hace poco construimos una yurta, una vivienda modular, desmontable y transportable, que han usado los pueblos nómadas de Asia, tradicionalmente. La edificación de este círculo de bambú la procuramos en un trapiche convertido en ecoaldea.
Como zafra pudimos darle forma a este almíbar de seis metros de diámetro, que se alimentó de un eclipse lunar, la corriente del río de Aguas Frías, y las manos encallecidas de un equipo de soñadores que no abandonaron las paletas de este cocimiento, montaña adentro.
Pero, no todo siempre es tan dulce.

Después de varios ensayos, un anillo de compresión evitó que el peso del techo de la estructura recíproca se viniera abajo. La construcción experimental de esta obra nos recuerda la de nuestro propio cuerpo: Cómo aprenderíamos a comer qué, sino con el ensayo y el error. Me imagino al de las cavernas probando la hermosa flor de la cicuta.
Por ejemplo, el propio refinamiento de la caña de azúcar no sirve ni para bagazo, y es hoy comparable con la peor de las adicciones, con el consumo de la cocaína. Nutricionalmente, sólo hay algo peor que el llamado veneno blanco: las fórmulas lácteas.
“Trasantier” quedaron los ingenios, la apicultura, las mieles de los tiempos, en los que incluso el papelón se usó en Venezuela como moneda de cambio y pago a los peones de hacienda.
Como la droga, conseguir, en plena guerra económica, un kilo del también polvo blanco es una tarea de contrabando. Entonces ¿Por qué no volver a la caña, al trabajo de las abejas?
¿Quién dijo que es más fácil comer lo que comemos, empaquetadito en plástico y resuelto en un anaquel de abasto? ¡Fácil sería sino nos matara!
El azúcar refinada se maneja con las dos manos, por algo su artículo es masculino y su género femenino: engaña. Es dulce, pero contribuye a la más repetidas de las muertes.
En la nación del antiguo Ingenio Bolívar, las enfermedades asociadas a la malnutrición por exceso, al sobrepeso y a la obesidad constituyen los números más gruesos en las estadísticas, engordan los ataúdes, incluso más que la cacareada “inseguridad”.
No sabe usted que el malandro más peligroso lo resguarda en el anaquel de su cocina, y que no necesita un arma para quitarle la vida.


Los paneles de bambú, las panelas y el limón. 
Remojar la panela con limón es un poema que se empina: Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales”, nos recita Bello, mientras refrescamos la cuerpa y tejemos la red de bejucos para cubrirnos la piel. 
¿Por qué nos meten tanta refinación, tanto químico desde pequeñas? En el mundo de las conspiraciones podríamos deducir que nos quieren enfermar los mismos que nos quieren vender los remedios.
No es romántico dar caña. Pero en mi pueblo es clásico un trapiche móvil en el que extraemos el jugo, bajo plena pepa e' sol, nada menos que frente una Mcfranquicia.
Alzar las ramas, germinar con tus propias palmas la palma es tan gratificante como volver a nacer. 
Para comer mandalas 
Aunque las formas de la panela suelen ser cuadradas, si se les tuercen conforman los rombos en que se trenza el anillo de la yurta.
Otro aro que mana como gotas de la sudorosa raíz de su gente, es la mandoca. La perfecta mezcla de maíz con papelón, plátano, canela, clavitos y miel de abejas. 
La acemita, también llamada catalina, paledonia y cuca, es un pan redondo, hecho con melao de caña, y que abre sus piernas a los andes venezolanos, paseando por Lara y llegando al centro del país, donde se le combina con café y queso: un ménage à trois criollo. 
Estos mandalas color ámbar nos recuerdan la transformación del verde de las lianas bajo el astro rey. Cuando hierve la caña, su olor es una invitación a zambullir el índice en la olla, en la historia, en la raíz.

La recomendación es hacer un melao de papelón y recurrir a su reserva como endulzante cada vez que se le ocurra usar el azúcar refinada, o hacer lo propio con la miel. Sepa que el papelón no es lo mismo que el azúcar morena. Esta última es un híbrido entre la refinada y la melaza de la caña.
Las raíces del bambú crecen en unos dos años. Se ha preguntado ¿Para quién siembra?
Hay frutos que se cosechan incluso dos generaciones después de sembrado. Hubo quien pensó en sus nietos y plantó, y ni siquiera probó. Pero muchos no piensan en nadie, ni en sí mismo y comen lo que le vendan, así sea la propia ponzoña.
El azúcar refinada proviene de la misma caña de azúcar de la que nace el papelón, así como la cocaína de donde se origina el té de coca. No es el origen lo que está podrido, sino el fin.
Sembrar implica volver a la tierra; ni un milímetro debería “ser” de alguien. Su propiedad en manos de pocos es crimen de lesa humanidad, porque implica la esclavitud y el hambre, en menoscabo de todas las especies.


Paneles, panelas, terrones... el trabajo no tiene porqué ser amargo. Y como la tierra, la caña endulza los labios que la nombran.
Por Indira Carpio Olivo
@indira_carpio







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