Hace poco construimos una yurta, una vivienda modular, desmontable y transportable, que han usado los pueblos nómadas de Asia, tradicionalmente. La edificación de este círculo de bambú la procuramos en un trapiche convertido en ecoaldea.
Como zafra pudimos darle forma a este almíbar de seis metros de diámetro, que se alimentó de un eclipse lunar, la corriente del río de Aguas Frías, y las manos encallecidas de un equipo de soñadores que no abandonaron las paletas de este cocimiento, montaña adentro.
Pero, no todo siempre es tan dulce.
Después de varios ensayos, un anillo
de compresión evitó que el peso del techo de la estructura
recíproca se viniera abajo. La construcción experimental de esta
obra nos recuerda la de nuestro propio cuerpo: Cómo aprenderíamos a
comer qué, sino con el ensayo y el error. Me imagino al de las
cavernas probando la hermosa flor de la cicuta.
Por ejemplo, el propio refinamiento de la caña de azúcar no sirve ni para bagazo, y es hoy comparable con la peor de las adicciones, con el consumo de la cocaína. Nutricionalmente, sólo hay algo peor que el llamado veneno blanco: las fórmulas lácteas.
“Trasantier” quedaron los ingenios, la apicultura, las mieles de los tiempos, en los que incluso el papelón se usó en Venezuela como moneda de cambio y pago a los peones de hacienda.
Por ejemplo, el propio refinamiento de la caña de azúcar no sirve ni para bagazo, y es hoy comparable con la peor de las adicciones, con el consumo de la cocaína. Nutricionalmente, sólo hay algo peor que el llamado veneno blanco: las fórmulas lácteas.
“Trasantier” quedaron los ingenios, la apicultura, las mieles de los tiempos, en los que incluso el papelón se usó en Venezuela como moneda de cambio y pago a los peones de hacienda.
Como la droga, conseguir, en plena
guerra económica, un kilo del también polvo blanco es una tarea de
contrabando. Entonces ¿Por qué no volver a la caña, al trabajo de
las abejas?
¿Quién dijo que es más fácil comer
lo que comemos, empaquetadito en plástico y resuelto en un anaquel
de abasto? ¡Fácil sería sino nos matara!
El azúcar refinada se maneja con las
dos manos, por algo su artículo es masculino y su género femenino:
engaña. Es dulce, pero contribuye a la más repetidas de las
muertes.
En la nación del antiguo Ingenio
Bolívar, las enfermedades asociadas a la malnutrición por exceso,
al sobrepeso y a la obesidad constituyen los números más gruesos en
las estadísticas, engordan los ataúdes, incluso más que la
cacareada “inseguridad”.
No sabe usted que el malandro más
peligroso lo resguarda en el anaquel de su cocina, y que no necesita
un arma para quitarle la vida.
Los paneles de bambú, las panelas y el limón.
Remojar la panela con limón es un poema que se empina: “Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales”, nos recita Bello, mientras refrescamos la cuerpa y tejemos la red de bejucos para cubrirnos la piel.
¿Por qué nos
meten tanta refinación, tanto químico desde pequeñas? En el mundo
de las conspiraciones podríamos deducir que nos quieren enfermar los
mismos que nos quieren vender los remedios.
No es romántico
dar caña. Pero en mi pueblo es clásico un trapiche móvil en el que
extraemos el jugo, bajo plena pepa e' sol, nada menos que frente una
Mcfranquicia.
Alzar las ramas,
germinar con tus propias palmas la palma es tan gratificante como
volver a nacer.
Para comer mandalas
Aunque las formas
de la panela suelen ser cuadradas, si se les tuercen conforman los
rombos en que se trenza el anillo de la yurta.
Otro aro que mana
como gotas de la sudorosa raíz de su gente, es la mandoca. La
perfecta mezcla de maíz con papelón, plátano, canela, clavitos y
miel de abejas.
La
acemita, también llamada catalina, paledonia y cuca, es un pan
redondo, hecho con melao de caña, y que abre sus piernas a los andes
venezolanos, paseando por Lara y llegando al centro del país, donde
se le combina con café y queso: un ménage à trois
criollo.
Estos mandalas
color ámbar nos recuerdan la transformación del verde de las lianas
bajo el astro rey. Cuando hierve la caña, su olor es una invitación
a zambullir el índice en la olla, en la historia, en la raíz.
La
recomendación es hacer un melao de papelón y recurrir a su reserva
como endulzante cada vez que se le ocurra usar el azúcar refinada, o
hacer lo propio con la miel. Sepa que el papelón no es lo
mismo que el azúcar morena. Esta última es un híbrido entre la
refinada y la melaza de la caña.
Las raíces del bambú crecen en unos dos años. Se ha preguntado ¿Para quién siembra?
Hay frutos que se cosechan incluso dos
generaciones después de sembrado. Hubo quien pensó en sus nietos y
plantó, y ni siquiera probó. Pero muchos no piensan en nadie, ni en
sí mismo y comen lo que le vendan, así sea la propia ponzoña.Las raíces del bambú crecen en unos dos años. Se ha preguntado ¿Para quién siembra?
El azúcar refinada proviene de la
misma caña de azúcar de la que nace el papelón, así como la
cocaína de donde se origina el té de coca. No es el origen lo que
está podrido, sino el fin.
Sembrar implica volver a la tierra; ni
un milímetro debería “ser” de alguien. Su propiedad en manos de
pocos es crimen de lesa humanidad, porque implica la esclavitud y el
hambre, en menoscabo de todas las especies.
Paneles, panelas, terrones... el trabajo no tiene porqué ser amargo. Y como la tierra, la caña endulza los labios que la nombran.
Por Indira Carpio Olivo
@indira_carpio
me encanto!!
ResponderEliminarEs vuestro, mujer.
Eliminar