Por
Indira Carpio Olivo
Murmuran,
laten
y
se cuecen
El
viento verde los edifica
aunque
caminan gachos
arrastran
los pies
y
la joroba los dobla
Se
fotografían para recordarse
apelan
en juicio contra la muerte
riegan
los granos de sal
y
se cruzan las manos antes de cerrar los ojos
La
cuchara de madera no deja rastro de sus movimientos
la
usan de bastón
también
para saborear los sudores del peltre
Silban
para nombrarse
y
a veces, sólo la mirada los mienta
su
llama es inextinguible aunque el amo sea un ventarrón
aunque
sus uñas se encarnen en la tierra
tanto
para comer como para cavar su propio hoyo
aunque
sean la pala que sacie el hambre de la ciudad
Su
respiración tiene dueño
uno
que entra y sale sin permiso
al
que se le mendigan unas gotas para llorar
para
terminar de evaporarse
Acaso,
¿patrono viene de patria?
ambos
asfixian, ninguno protege y aun así tienen que hacer la fila
¿Cómo
puede la patria tener pronombre femenino si bajo las faldas del mando
se asoma la migaja fálica?
Somos
esclavos del lenguaje, del azar
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