Hoy mi abuela cumpliría 90 años y mis niñas me hicieron clinejas para recordarla.
Mi abuela se hacía llamar Amalia Rosa aunque la presentaron como Juana Evangelista. Nadie nunca se atrevió a llamarle por su nombre de bautizo, porque todos respetaban lo que mi abuela decía, sino ella se hacía respetar.
Acostumbraba hacernos clinejas que amarraba con trapitos, a falta de ligas. El resultado era lo más esperado: las olas del sol alrededor de la cara, como el dibujo de un niño.
Yo tuve los cabellos vinotinto con rayitos cuando pequeña. Y era a la única de sus nietas a la que le gustaban las roscas tejidas sobre las orejas. Así que el trenzado se convirtió en nuestro ritual.
Luego crecí, cambié, tuve las greñas azules, fuscias, moradas, verdes, lisas, rulas, me rapé, los cabellos me llegaron hasta las nalgas, me hice pollina, me la quité, hasta hace casi dos años que me dejé de hacer cosas sobre la cabeza porque no tuve ni ganas, ni dinero, ni tiempo. Quise que me crecieran las ideas como venían, y venían negriblancas, con ondas pomposas, como las tuvo mi abuela, a mi edad.
He pensado dejarlo crecer hasta poder tejerlo y hacer una única rosca sobre la nuca como ella, hasta que mis canas nos vuelvan a encontrar donde quiera que eso ocurra, debajo de un mango o sobre sus cuentos, que es decir sobre sus piernas.
Mi abuela se hacía llamar Amalia Rosa aunque la presentaron como Juana Evangelista. Nadie nunca se atrevió a llamarle por su nombre de bautizo, porque todos respetaban lo que mi abuela decía, sino ella se hacía respetar.
Acostumbraba hacernos clinejas que amarraba con trapitos, a falta de ligas. El resultado era lo más esperado: las olas del sol alrededor de la cara, como el dibujo de un niño.
Yo tuve los cabellos vinotinto con rayitos cuando pequeña. Y era a la única de sus nietas a la que le gustaban las roscas tejidas sobre las orejas. Así que el trenzado se convirtió en nuestro ritual.
Luego crecí, cambié, tuve las greñas azules, fuscias, moradas, verdes, lisas, rulas, me rapé, los cabellos me llegaron hasta las nalgas, me hice pollina, me la quité, hasta hace casi dos años que me dejé de hacer cosas sobre la cabeza porque no tuve ni ganas, ni dinero, ni tiempo. Quise que me crecieran las ideas como venían, y venían negriblancas, con ondas pomposas, como las tuvo mi abuela, a mi edad.
He pensado dejarlo crecer hasta poder tejerlo y hacer una única rosca sobre la nuca como ella, hasta que mis canas nos vuelvan a encontrar donde quiera que eso ocurra, debajo de un mango o sobre sus cuentos, que es decir sobre sus piernas.
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