Por
Indira Carpio Olivo
Con
cada pobre de la tierra viene un látigo.
Cuando
nació Marielle, nació también su verdugo.
Un
hacha oxidada se posó sobre el marco. Esperaba un portazo.
Pero
Marielle nació sin puertas, en una casa de bloques desnudos, al lado
de otra casa todavía más angosta, entre las cuales no caben los
árboles, y por las cuales una madeja de cables simula las ramas y el
nido.
En
aquel laberinto de cemento, Marielle creció descalza, sumergida en
los vertederos de agua, donde lavó la ropa su madre y también ella.
Más tarde, su hija Luyara.
En
Maré los apagones son tan recurrentes como las ejecuciones. Se hacen
documentales sobre las arterias por donde circulan las drogas en su
favela, pero nunca se filma cómo se consumen en los barrios ricos.
Ejecutan los mismos que controlan el tráfico, ejecutan a través de
pobres uniformados, bandas de exterminio oficiales y paraoficiales.
Ejecutan, pero primero condenan, criminalizan, despojan de humanidad
a la favela, a su gente mayoritariamente negra.
Todavía
en tránsito a ser mujer, una bala perdida de los enfrentamientos
entre el narco y la policía, mató a su amiga. Con ella creció.
Quiero saber su nombre, el nombre de aquella niña, para decirlo en
voz alta y apaciguar la sed que me producen algunas almas, pero no lo
consigo. No sé cómo se llama, ni cómo era. Y me queda en la lengua
escaras de sal.
Esa
niña fue la brisa que hizo incendiar el corazón de Marielle.
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14
de marzo de 2018. 21 hrs.
Sólo
había una forma de hablar más alto que Marielle. Matándola. Y
todavía así, su grito se enredó entre los nadie, de los cuales
venía y hacia los cuales iba.
El
mundo no hubiese sabido de ella de otra manera, porque es
“invisibilizable”. Es mujer. Es madre. Es pobre. Es lesbiana. Es
socialista. Es crítica. Es política. Es negra (como 71 de cada cien
brasileños que mueren en manos de la violencia, en el gigante del
sur). Es “favelada”. Es cercana. Es trabajadora. Es imperdonable.
Su
asesinato abre y cierra las rotativas. De otra forma no hubiese
obtenido primeras planas.
Los
matones no guardaron las formas, la esperaron, la siguieron, usaron
balas de los cuerpos de “seguridad” (de la Policía Federal), los
mismos a los que Marielle denunció por uso excesivo de la violencia
contra los jóvenes pobres de las favelas (*). Necesitan decirle al
mundo que no es bueno ser bueno. Marielle, era un quiste para los
corruptos que gobiernan Brasil y decidieron extirparlo ejemplarmente,
como a otro 36 concejales (ejecutados desde 2016). No es raro
entonces que la carroña coma de ése cadáver llamado Brasil y
titule con el nombre de Marielle editoriales, crónicas, noticias,
reportajes, manchetas, después de muerta bien muerta. Viva, ni de
coña.
Temer
califica el homicidio contra la concejal socialista como “atentado
a la democracia”, como si él mismo no la hubiese ejecutado, a la
democracia. Su ministro de justicia advierte que Marielle fue víctima
de la inseguridad (discurso que pretende justificar la militarización
que combatía la concejal) y que la “trágica muerte” no debe ser
“politizada”, como si no se tratara a todas luces de un crimen
político: no robaron nada, fueron contra ella, nueve balas, cuatro
en su cabeza, huyeron.
En
manos de ese aparato, el mismo que justifica el golpe contra Dilma,
la regresión a las prácticas dictatoriales está la investigación
sobre la muerte de Marielle.
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Cuando
matan a la esperanza, yo la imagino niña:
Marielle
corre abajo en las infinitas escaleras del barrio. Marinete, su
madre, le grita. Pero a Marielle los rayos del cabello le estiran la
sonrisa lo mismo que bloquean el ruido. Afuera las balas cortan el
aire. Marielle persigue a su amiga. Supongamos que también se llama
Marielle. Un golpe, otro. Cae. La sangre se expande sobre los poros
de su ropa. Marielle se ve a sí misma, herida de muerte. Voltea y el
cielo se viene encima. Su amiga la recoge. Marielle sabe andar sola,
pero con ella camina mejor.
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(*)
El mismo día que mataron a Marielle, balearon a Marcelo Diotti da
Mata, marido de Samantha Miranda, antigua compañaera del ex concejal
Christiano Girao, a quien se le acusa de liderar el escuadrón de la
muerte Gardenia azul en Jacarepaguá. Girao fue indiciado, junto a
más de 200 implicados, por una investigación llevada a cabo por
Marielle y Freixo. El ex concejal andaría por su cuenta, entrando y
saliendo del edificio legislativo a su gusto, días antes.
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