martes, 20 de febrero de 2018

LEER


Una de las cosas que más extraño de mi vida antes de ser madre es leer, leer cuando quiera, lo que quiera. Pero para ser honesta, lo que extraño es la libertad, porque ahora que no tengo espacio ni tiempo, yo leo más, sólo que de manera desorganizada. Muy pocas veces termino lo que empiezo o empiezo por los finales. Soy un amasijo de costumbres ácratas. Leo un puñito de esto, una pizca de aquello y me jarto de los amargos como si fueran caramelos. Me gusta la novela y la poesía. Y estoy tratando de introducir en nuestra biblioteca más estrógenos. [Ahora mismo son las 6:30 AM. Me acabo de despertar. Escribo esto. Dejé la cama. 20 minutos después se levanta Manuela, mi hija de 3 años, para que le prepare una avena. La convenzo de que tome chicha, lo único que tengo, pero se duerme sobre mis piernas, musitando tres sílabas: a, ve, na. Aprovecho y continúo un texto sin propósito para esta foto]. Ayer preferimos venirnos a la playa antes que hacer una fiesta en casa, como de costumbre, para celebrar su nacimiento, el de mi segunda hija, la nena de la a, ve, na.
Me retrató @ernestojnavarro, bajo la sombrita de Simone de Beauvoir (leyendo La mujer rota) ¿Hay cosa más rica que leer bajo el susurro del mar? ¿Hay cosa más terrible que la arena gruesa de una playa salvaje, en el culo?
Sé que me falta concentración.
[Hay veces que leo y logro introducirme en el relato. Lloro, río, vivo, muero. Hay otras que prefiero limpiarme los restos de piedra molida]. A este libro no lo leo yo, lo leen mis circunstancias. Lo leemos juntas. ... "sé que me moveré. La puerta se abrirá lentamente y veré lo que hay detrás de la puerta. Es el porvenir. La puerta del porvenir va a abrirse. Lentamente. Implacablemente. Estoy sobre el umbral. No hay más que esta puerta y lo que acecha detrás. Tengo miedo. Y no puedo llamar a nadie en mi auxilio"... (Beauvoir, dixit). El viernes en la tarde, después de trasnocharme con los preparativos de una fiestita para Manu, lo decidimos: "mejor nos vamos a la playa". Dejé listo el arroz con pollo, la masa para las arepas, agua, protector solar, y nos fuimos a la más lejana. Una vez ahí, descubrimos maquinaria para remover el barro. El día anterior caería sobre #Carúao una tormenta (mi más reciente tormenta personal) y acto seguido nos devolvimos por toda la costa varguense hasta un enclave salvaje, entre #Chuspa y #Todasana, al que nunca habíamos visitado. Nos establecimos entre dos grandes piedras, que hacían un pozo para nuestras hijas, y ahí bajo el azul caribe nos sacamos el dulce, despojamos. Escalamos, corrimos, nos bañamos con el agua fría de por estos días gélidos, tratamos de hacer castillos de arena, contemplamos el vuelo de los pelícanos, también eso que se escondía tras el choque del agua en la piedra, un calmo horizonte; leímos, comimos, caminamos, oramos. En un tramo de esta hermosa carretera nos detuvimos en un columpio bajo la fronda de una uvita de playa. Ahí nos mecimos y mecimos las cenizas de Dante, que viajaba con nosotros. Al frente, regamos un poco de su cuerpo sobre el mar.


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