Más
abajo del ombligo reposa el tercero, un triángulo a veces cóncavo,
a veces lanza, a veces escudo, una serpiente de tres cabezas que
aterroriza a este pueblo pequeño, llamado mundo.
El
trino repta desnudo y nos tiende en la cuerda para secarnos al sol,
también nos suda bajo la lluvia y es él vapor de agua. Nos eleva
para dejarnos caer frente al espejo caleidoscópico.
Soñamos
con él y nos define: primero, segundo y uno.
Los
3 cuerpos de este tridente, conforman las horquillas de un demonio de
dos cuernos, llamado sociedad.
Busque
usted, en su retrato, cuando le dijeron "las niñas van de rosa,
los niños de azul", una frase limosna que pretende
invisibilizar a nuestro prometeo postmoderno, de quien se dijo "eso
no se toca".
Esta
muestra blanco y negro levanta el puño de los grises y nos empina
una botella de vino recién salida de la heladera, a la salud del
tercero de calor infierno.
Aquel
cuerpo de pliegues plomizos en el que el cabello se atreve a brotar y
a urdir la flor de estambre y pistilo, nos abre las piernas y
entramos con gusto de la mano (de la lente deberíamos decir) de Mery
Arias.
Ella
devuelve la vida a los asesinos convertidos en jueces, cuyo crimen se
resume en una venda de parra en los ojos.
La
lente de Mery Arias es una provocación salada que se nutrió de las
orillas del Caribe. Un reto que nos desnuda la moral y las
convenciones. No se fíe, ella puede envolvernos dulcemente y de
inmediato lanzarnos al piso de las percepciones.
Si
siente que una lengua le recorre el cuello, mejor no piense%85
voltéese con cuidado o deje caer su ropa por un ojo que nos despoja
de colores y nos recuerda la mirada primitiva, el amor antes del
technicolor y después de las sombras.
Un
cuerpo, tres cuerpos, de todos modos como dice el poeta "el
gusano roerá tu piel, como un remordimiento". Heredaremos si,
el olor a la madera de nuestra última morada, tablas donde añejamos
aquel tinto frío.
Indira
Carpio Olivo y Ernesto J. Navarro
Palabreros,
amantes y amigos de Mery
Por Mery Arias |
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