martes, 29 de septiembre de 2015

Gastronauta 55: Malcogidos



Habían quedado en el bar del callejón, el de los poetas.
Apenas se vieron y se saludaron, un beso en la mitad de la boca había abierto entre ellos el flujo de sus aguas abajo. Se tomaron un par de cervezas, conversaron poco. Ella le preguntó si en algún momento completaría el beso. Él no le permitió terminar la frase y sin mediar público le estampó la lengua en su lengua. Lo tomó de la mano y corrieron las escaleras. En éste y aquel hotel no encontraron. Buscaron en todo el bulevar, pero no hallaron la bolsita de plástico.
Sudaron la fiebre en el corricorre.
Y decidieron sentarse en un parquecito a decirse los nombres.
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En Venezuela es un laberinto coger sin angustias.
No se consigue con facilidad, a menos que una choque de frente con la suerte, condones (que bachaqueados cuestan 800 Bolívares -el trío- aproximadamente), pastillas anticonceptivas (algunas cadenas farmacéuticas exigen -ilegalmente- récipe para obtenerlas), la pastilla del día después, la misoprostol (que abonan el mercado negro), ni productos llamados de la higiene femenina como óvulos, cremas, lavados, entre otros, todos sustituibles por vapores y yerbas.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mujerícola 19: Violeta



Cuenta el viento que nació entre flores negras. Penetró como haz de luz, dispersa en la diminuta agua que sube y se condensa, hasta que vuelve a la tierra para golpear los tallos.
Cuando Violeta pudo sostenerla, fueron ella y las seis cuerdas, de la pura piel de su padre, el pájaro. Ella misma había sido depositada de polen a polen en la roseta, muy próxima a la boca de la guitarra. Y allí floreció para hablar el lenguaje de la tierra, cordillera disfrazada de lobo.
Gritaba y alzaba la ola sobre el cemento. Lloraba y se anegaba el monte. Cantaba y reventaba la piedra.
Fue de puerta en puerta buscando la canción y la canción de puerta en puerta la recibió. Caminaba hacia atrás, desobedeciendo a la madre, “porque patrás caminan los muertos”.
La Viola lo mismo tejía, pintaba, esculpía, que cantaba angelitos.
Cuando los niños de por donde pasaba, morían, se ofrecía a vestirlos.
Picaba un par de palitos para abrirle los ojos a la luz.

martes, 22 de septiembre de 2015

Gastronauta 53 Cuerpo de hombre



Si el cuerpo de una mujer es una olla, el del hombre es la paleta, un pedazo de tronco rasgado y torneado en el fuego, para tantear los guisos.
Antes fue mujer.
Cabalga la guerra lo mismo que la santidad.

En la balanza es el peso, un brazo fuerte para rodear la circunferencia madre.
Es también la cáscara de la nuez que el tiempo trata de partir con el puño.
En el espejo es el cazador de miedos.
En el muro, la piedra que florece.
Es una isla que a veces se pierde bajo la sal. Otras tantas, en medio del uniforme.
El cuerpo de hombre se envanece en el poder ése de la vida, una ilusión.
Está hecho en un molde que la muerte acomodó con sus propias manos.
Pero el cuerpo ha decidido olvidar el día de partir, para derretirse en la luz.
Abre los brazos y las piernas como el Hombre de Vitruvio. Corre. Construye su laberinto en el trigal. Muerde las manos del sol.
Como hacha que abre el bambú, su voz siembra el fuego.
Lo han crucificado, y revive en el dolor ciego, en la amenaza de volver.

La ciencia dice que el semen es dulce como la miel. Ha de ser por eso que aguijonea.
No siempre es el David de Miguelángel, la historia le arrancó la cola.
El mono desnudo olvidó las ramas y cayó. Todavía no toca suelo.
No sabe volar. Lame el agua de las mujeres, donde mejor habita.
Allí, no contiene la respiración, vive.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Mujerícola 18 Patti Smith


“En la vida de mi madre, la tragedia no tuvo fin. Sin embargo, ella se levantaba, tomaba aire y salía a lavar y a colgar ropa. Ella me decía que cuando miraba la ropa, las sábanas moviéndose al viento, y el sol, era como un nuevo comienzo”.

Hija de una testigo de Jehová, alguna vez gritó que Jesús había muerto por los pecados de alguien, pero no por los de ella. Patricia Lee -Patti- Smith, es una yegua en la sabana del poema, cuyos cascos aprovecha el rock para justificar su renacencia.
A los cuatro años alucinaba. La escarlatina se fue de su cuerpo, pero las imágenes habitaron sus días. Las oraciones de su madre fueron insuficientes, por eso inventó la poesía.
Una condición más la acompañaría: veía doble:
Su madre Beverly, la del tendedero y la cruz, y también cantante de jazz, la enseñaría a rezar, a poner cada palabra su lugar santo. Y de su padre, el ateo, la luz de la oscurana, tanta para hilar aquella idea de no querer ir al cielo, si allí no hay arte.
Patti es tan hija de Rimbaud que se hizo vidente.

martes, 15 de septiembre de 2015

Gastronauta 52: Cuerpo de mujer



Ella aprieta la barriga, hasta que se pone un poco azul y se desinfla en un suspiro, porque le cuesta aceptar que es la carne que contiene la propia tierra.
De ecuador prominente puede parir al que ríe, al que llora, puede hacer la lluvia, puede.
A la mujer que se reconoce curva no hace falta que la montaña entera le deshaga los músculos, porque son algas sus cabellos, y ondean sus caderas haciendo la música.
Las escamas han de ser pétalos hoy, latas de zinc mañana.
El cuerpo de una mujer contiene poemas, naranjas y a veces un río embaulado, que sangra y empluma la pulpa.
A las tres de la mañana es plaza de pueblo en la que reposa la luna.
Y así la mujer no recuerde el nombre de sus ancestros, su cuerpo sí.
Tiene memoria y en cada poro una foto.

Una vez mi abuela me dijo que enjuagara en mis propias aguas mi cuerpo para que fuera cuerpo.
Su muerte no cupo en la urna.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Mujerícola 17: Lucía



La mujer yukpa sostiene el caribe con los dientes.
Lucía se pone por occidente, después de rasgar el cielo sobre la cabecera del Lago.
Es hija del río Yaza. Su madre, la corriente. Su padre, las piedras.
Nueve hijos lega, once nietos.
Cuando le mataron al marido, la hirieron no sólo en el brazo, sino en toda la Sierra. El corazón de Perijá se detuvo y hubo que tejerlo con el alarido con el que le canta la más bonita yukpa, para que andara.
Habla el castellano poquito y poquito le habla el castellano.
La historia de Lucía Martínez Romero es una cesta, el entrecruzamiento y la torsión de la palma, una espiral de hoja larga y seca como el humo del tabaco.
Se dice que un día Sabino la oyó, apretó los ojos y cuando los abrió, ella se plantó en su cara y él en la de ella. Desde entonces, supieron que sus almas reían. Él la celaba de la brisa que mecía el monte. Ella faraleó su conuco y desenvainó el machete cuando vinieron a robarla.
Se amaron a pesar de los traficantes de la tierra.
Y alzaron lata y cocotero para construir una choza que le tumban de cuando en cuando.

martes, 8 de septiembre de 2015

Gastronauta 51: Receta para la guerra


Mi abuelo cocinaba para los soldados italianos en la segunda guerra mundial. Se supone que eso hacía. Qué cómo tocaba varios instrumentos musicales y hablaba varios idiomas. La nebulosa de la guerra le sirvió para justificarlo todo. Llegó a Venezuela por el Zulia y dijo llamarse Antonio Fernández Guido.
En Charallave abrió un restaurante y al dejarlo diluir se dedicó a construir buena parte del pueblo viejo.
Los que lo recuerdan lo hacen con un saco de papas a un extremo y varios más en fila, repartiendo comida aquí y allá, porque le temía al hambre y no soportaba que le rodeara.
Mi abuelo el inmigrante, encontró en los valles a los que atravesó alguna vez el río Tuy, un cielo de mangos, para reposar -sólo un poco- de los odios que cimientan la historia de occidente.

Mi tío lo recuerda al frente de un tendedero de embutidos y pastas, con un delantal manchado de sangre. Mamá lo encuentra en la mitad de un vaso de vino Sansón revuelto con ojo de buey.
La abuela se le unía para abrirle un huequito al huevo tibio y batido, que empinaban a cada uno de sus doce hijos, más un buchito de cerveza. Una receta para recomponer el camino era el corazón de un tortolito, o el caldo de unas patas de gallina.
Nunca faltaba el tinto en la mesa, para el que la edad no importaba.
Les enseñó a hacer pan y a ganarse la comida.
Todos tenían tareas. Y unos y otras se despertaban a las cuatro de la mañana a pilar el maíz para hacer una ruma de arepas a los albañiles que trabajaban en la constructora. Y no una, no.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Entrevista: Marta es un refugio



Tres ciudades de Venezuela sirvieron de panal al azuquita de la cantante colombiana Marta Gómez. Puerto Cabello, Barquisimeto y Caracas, escenarios para que esta mujer lograra reunir las voces de Liuba María Hevia de Cuba, y por Venezuela a Cecilia Todd, Fabiola José y a Leonel Ruíz. También le acompañó la Nuevo mundo jazz band, bajo la batuta de Adela Altuve, y con la que el Teresa Carreño se alzó al interpretar la Tonada de luna llena, del criollo Simón Díaz.
Pudimos conversarla, en un huequito del inmenso complejo. Dos sillas, a la luz de un ascensor. Eran las pasada la diez de la noche y hacía hambre. Una arepa alumbraba los cielos de la inmensa capital.
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Tenía siete años cuando escribió un poema que decía:
“¡Oh, mi Colombia
que se acabe tu guerra!”...
Algo así, recuerda.

“Yo siempre fui muy intensa”. Y aunque se fue de Colombia en el año mil novecientos noventa y nueve, todavía la siente y la grita fuerte y dulce: “Para la guerra nada”.

En la adolescencia se debatía entre el coro del Benalcázar de Cali y sufrir por éste o aquel amor. A los catorce Silvio fue definitivo, “Canción en harapos era -y es- lo que quería decir”.

Viva el harapo, señor,
y la mesa sin mantel.
Viva el que huela
a callejuela,
a palabrota y taller.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Mujerícola 16: Ana



Le pregunto a un amigo qué hacía Anita. Yo quería saber si la cacica seguía haciendo quesos, sembrando aquí, ordenando allá. Y me respondió: “en horas de la mañana viene a enterrar a su hijo Cristóbal, en la comunidad Kuse”.

Cristóbal a la mitad de la calzada para ser hombre, todavía niño, ha sido muerto en manos de algunos “efectivos”, por ser testigo en el asesinato del cacique Sabino Romero.
Ana no camina, Ana vela el sepulcro.
Quinientos años no han podido consumirla. Pero de a poco acaban con todo hombre que la rodea, porque la historia cree que así lograrán disminuirla. Sí, la historia es una bala, un gran falo de pólvora.
Ana había enterrado a dos hijos, y a cinco más había curado de ser heridos. También a ella la hirieron, a ella que resiste al puma de mil cabezas que lo mismo se la come, que la roba, que la cerca.

martes, 1 de septiembre de 2015

Gastronauta 50: Caldo e' cuchara



I
No sabía cómo hacerlo.
Improvisó.
Así, puso en el piso la sopa, abrió las piernas “en tijeras”, y el humito la hizo sudar. Pero no era suficiente, debía coger un poco del consomé y restregarlo contra sus labios.
Acto seguido, posar sobre la mesa aquel plato e invitar al deguste cotidiano.
Según, el hombre debía volver a su cauce y beber de su río todas las noches.
La receta pasó de mujer a mujer, tantas lunas tiñeron los cabellos.
Lo mismo la aplicaba aquella que ésta.
No hay constancia, ni existe estadística, prefirieron guardar el método en el sostén, entre teta y piel.
Pero hubo quien fue generosa y explicó cuántas veces, bajo qué lunas.