domingo, 30 de diciembre de 2012

Oración matutina


Bendigo el timbre que habita más abajo de mi ombligo, bendigo el dedo con que lo señalas y lo hundes y lo elevas, hasta que mis gritos te abren las puertas del cielo... "Ya voy". 

 
 

 

martes, 18 de diciembre de 2012

Marimacho


Por Indira Carpio Olivo

Tengo 5 meses de embarazo. Vivo en Sabana Grande. El coctel de hormonas que me acompañan se despiertan, viven, respiran, caminan y se acuestan conmigo. Me ayudan. A veces me hunden.
En la Caracas de hoy, la violencia con la que nos movemos determina la supervivencia. Ese zigzagueo darwiniano me golpeó esta tarde.
Bajé al bulevar del consumo para tomar el metro y dirigirme a otro punto de la ciudad.
No había recorrido una cuadra desde el edificio en que habito, cuando un hombre que venía caminando de espaldas me tropezó.
Yo protejo la barriga y al bebé con mis brazos. Al pasarlo en la caminata me grita: “No ves por dónde caminas, maldita animal”.
Me volteo. Le contesto. Sobre todo no lo insulto, reclamo respeto.
El macho en cuestión se me encima para recordarme que es más fuerte que yo.
La molotov hormonal impulsó la bota de mi pie izquierdo a su entrepiernas.
Pero no soy zurda y me faltó más velocidad.
El falo con patas me tomó el pie y lo haló hacia su cuerpo para tumbarme.
Mi hermana, que estaba detrás de mi, alivió la caida.
Rápidamente, detuve el “cascazo” que se me venía encima. Mientras llovían sobre mí los insultos.
Traté de estortillarle mi puño derecho en el rostro, pero me detuvo el plástico que le cubría la cabeza.
En eso apareció una chica que acompañaba al caballero motorizado, para separarlo de mí.
El vernáculo se alejó, no sin antes gritarme: “¡Marimacho!”.
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Nadie hizo nada para quitar a aquel hombre de encima de una mujer embarazada, en pleno día de consumo navideño, en uno de los puntos neurálgicos del comercio capitalino.
Ninguno de los hombres que nos rodeaban dijo algo.
Las mujeres se tapaban la boca. El silencio era avergonzante.
Mi hermana me reclamó cautela y precaución con el embarazo. Nos miraban.
Para todas, para todos, la culpable fui yo.
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A estas horas, escribo en primera persona sobre la ferocidad de un sistema que se hace el ciego ante los embates de los machos contra las mujeres. 
"Si te hubiese acompañado un hombre, eso no te sucede", me consuelan.


La balada de la masturbadora solitaria


Al final de la aventura siempre está la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaloso,
desde la tribu de mí misma, mi aliento
encuentra que te has ido. Escandalizo
a los que me observan. Me alimentan.
Por la noche, a solas, me caso con la cama.

Dedo a dedo, ahora la hago mía.
No está muy lejos. Sale a mi encuentro.
La sacudo como a una campana. Me reclino
sobre el diván donde tú la montabas.
Tú me tomaste prestada sobre el edredón floreado.
Por la noche, a solas, me caso con la cama.

Tomemos por ejemplo esta noche, amor mío,
cuando cada pareja se entrelaza
con una unión estrambótica, por debajo, por encima,
los dos abundantes de esponjas y plumas,
arrodillados y jadeantes, cabeza a cabeza.
Por la noche, a solas, me caso con la cama.

De esta manera mi cuerpo se libera,
un milagro irritante. ¿Debo poner entonces
la tienda de los sueños en venta?
Ahora estoy con las piernas abiertas. Me crucifico.
Mi pequeña ciruela, cómo la sueles llamar.
Por la noche, a solas, me caso con la cama.

Entonces fue cuando mi rival de ojos negros apareció.
La dama de las aguas, se levantó sobre la playa,
tocando el piano, con vergüenza
en sus labios y un discurso de flautista.
Y yo en cambio era la escoba que sólo llegaba a las rodillas.
Por la noche, a solas, me caso con la cama.

Ella te tomó como toma una mujer
un vestido en promoción de la vitrina
y yo me resquebrajé como se resquebraja una roca.
Te regreso tus libros y tu vara de pescar.
Los periódicos anunciaron hoy tu boda.
Por la noche, a solas, me caso con la cama.

Los muchachos y muchachas son uno esta noche.
Ellos desabrochan las blusas. Ellas bajan las cremalleras.
Ellos se quitan los zapatos. Ellas apagan la luz.
Las criaturas relucientes están llenas de mentiras.
Se comen el uno al otro. Hasta quedar satisfechos.
Por la noche, a solas, me caso con la cama
 
 
 

martes, 11 de diciembre de 2012

Chávez victorioso

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El cáncer que padecemos. Éste no es, ni será el primer obstáculo para que los pueblos avancen. No. Ni la enfermedad, ni la muerte.
Nacemos sin gobierno y morimos físicamente sin que nadie lo pueda evitar, nos vamos sin mando. Y aunque el antiautoritarismo visto de esta forma parezca biologicista, ese parece ser el futuro en colectivo aunque la sociedad lo niegue, la anarquía. Pero ese es, supuestamente, otro tema.
El mismo círculo de la vida sirve de abono para la tierra, para la humanidad. Para que se nutra la vida en camino. Y aunque desaparezcan los huesos, ellos calzaron la ropa, respiraron el aire, contaminaron las aguas, despejaron su estela y en el caso de Hugo se constituyeron en la piedra en el zapato para los poderosos (la oligarquía en masculino, si), un zambo en el poder, un descamisado, malhablado, un pueblo-hombre.
Chávez no puede morir. Incluso aquellos que le adversan lo necesitan, es la columna vertebral de su odio, el escondrijo de sus miedos, la coartada para sus errores, el espejo donde llorarse.
Para quienes lo queremos, el hombre se ha convertido en un compañero de luchas, con el que se puede o no estar de acuerdo en algunas decisiones, y como hermano que es: caerse a piñas.
Es Chávez la primera piedra contra nosotros mismos, la capucha, el huele a azufre, o el váyanse al carajo yankis de mierda, es también vientre fértil, el niño por años ninguneado, el obrero negado a la arepa.
La muerte física, que para el presidente no es un caso, no siempre constituye la muerte política y el pueblo no está dispuesto a morir. El pueblo es ese imprescindible.

Pregúntate ¿Cuándo y en dónde se puede sentir tamaño amor por un presidente?


miércoles, 5 de diciembre de 2012

El coso

He clavado en la espalda de la palabra dos banderillas y desangra animal.
Brama la palabra ronca cuando contempla a quien la degüella.

La vendo a la palabra, lonja a lonja, en el mercado de las carnes.
Palabra veneno para el deguste de los paladares exquisitos.


El maestro asesino lame la linfa de sus filos y vuelve a ponerse de puntillas en el ridículo baile ridículo de la muerte pública.
Le aprietan las palabras sobre los muslos y la única sospecha de vida sube en ascensor a la garganta.
Las luces de su hábito se apagan y la palabra vampiro eyacula rosas de sangre al matador.

La plaza, el circo, el coso, la manga, el coleo, habla Darwin
Y la palabrería de la depredación será vengada por los rayos del hijo del sol.

Nos da su palabra. 

 

Estoy viva como fruta madura, GB

Estoy viva
como fruta madura
dueña ya de inviernos y veranos,
abuela de los pájaros,
tejedora del viento navegante.

No se ha educado aún mi corazón
y, niña, tiemblo en los atardeceres,

me deslumbran el verde, las marimbas
y el ruido de la lluvia
hermanándose con mi húmedo vientre,
cuando todo es más suave y luminoso.

Crezco y no aprendo a crecer,
no me desilusiono,
ni me vuelvo mujer envuelta en velos,
descreída de todo, lamentando su suerte.
No. Con cada día, se me nacen los ojos del asombro,
de la tierra parida,
el canto de los pueblos,
los brazos del obrero construyendo,
la mujer vendedora con su ramo de hijos,
los chavalos alegres marchando hacia el colegio.

Si.
Es verdad que a ratos estoy triste
y salgo a los caminos,
suelta como mi pelo,
y lloro por las cosas más dulces y más tiernas
y atesoro recuerdos
brotando entre mis huesos
y soy una infinita espiral que se retuerce
entre lunas y soles,
avanzando en los días,
desenrollando el tiempo
con miedo o desparpajo,
desenvainando estrellas
para subir más alto, más arriba,
dándole caza al aire,
gozándome en el ser que me sustenta,
en la eterna marea de flujos y reflujos
que mueve el universo
y que impulsa los giros redondos de la tierra.

Soy la mujer que piensa.
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas.

No me arrepiento de nada, GB

Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado

rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
-en horas de oficina-
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.